El hombre de estatura media a quien le gustan las mujeres altas, está destinado al fracaso amoroso.
De menos, a la humillación frente al objeto de su afecto.
Hablando claro: Si eres normal, no tienes derecho a que te gusten las mujeres altas.
¿Y porqué, eh?
¿Uno no puede enamorarse de una mujer alta por culpa de sus malditos genes?
Uno no elige sus genes, ¿sabes?
Me refiero a que es una putada que no puedas enamorarte de una mujer más alta que tú y mucho menos decírselo, sólo por miedo al ridículo.
¿Cómo que cual ridículo?
Generalmente a las chicas no les gusta un hombre más bajo que ellas.
¿Pero eso no es culpa de uno, eh?
¿Cómo puede ser culpa de uno haber nacido con tal o cual estatura?
Y no es que la diferencia sea muy grande, lo que pasa es que cuando la mujer es más alta algo no les checa. Como que no les cuadra.
Es como si ya estuvieran programadas para sólo enamorarse de los hombres más altos que ellas.
¿Tienen algo así como un club de mujeres altas en busca de hombres más altos?
¿Cómo que porqué te lo pregunto a ti?
Porque eres mi amiga y porque para verte tengo que voltear la cara hacia arriba.
Bueno, estoy exagerando. Pero sí eres más alta que yo.
Supongo que comprendes de qué hablo.
Eres más alta que el promedio de los hombres, por eso pensé que podrías darme un consejo con mi problema.
¿Cómo que no es un problema?
Claro que es un problema, ¿sabes?
¿Alguna vez has estado enamorada de alguien que no te hace caso por algo que no es tu culpa?
No sé, cualquier trivialidad. Que no le gustan tus ojos, que no le gusta tu voz, que no le guste estar con mujeres de piel muy blanca... Yo que sé.
Cualquier cosa que de verdad se escape de tu control.
Es bastante feo.
Feo, como estar tomándote un café con alguien que te gusta y que sabes que no vas a gustarle en la vida.
Es una putada que no pueda enamorarme de una mujer alta sólo porque yo no soy más alto que ella.
¿Cómo que porqué te estoy contando todo esto?
¿De veras no sabes?
Sí no sabes porque te invité a tomar un café y empecé a contarte esto precisamente ahora, entonces tengo más problemas de los que pensaba...
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10 de febrero de 2014
16 de diciembre de 2013
Buenos días
Buenos días, cariño. ¿Dormiste bien? Perdona que no traiga el desayuno, tengo un poco de prisa. Pero me arreglé el cabello como te gusta: Suelto y sin hacerle nada. También me puse la falda que te encanta.
Tu deberías ponerte esa playera negra y tus pantalones rotos, sabes cuánto me gusta verte así. Y antes de eso, ¿porqué no pones este disco? Tienes mucho tiempo sin oirlo, estoy segura.
Cuando estés listo podemos ir a desayunar a donde siempre: Café y pan, aunque sé que tu prefieres algo más sustancioso. Estoy segura de que luego querrás ir a caminar y a tomar fotos. Hablando de fotos, ¿donde están las fotos de nosotros, las que tenías en el buró?
Bueno, no importa. Recuerda que realmente yo no estoy aquí, tu mente está imaginándolo todo. Me iré pronto.
Sólo venía a recordarte que no importa cuanto intentes, jamás me vas a olvidar.
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25 de noviembre de 2013
Carpe Diem
No digo que Minelia sea la mujer más guapa del universo, ni que sea lo que merezco.
Simplemente digo que está ahí y yo estoy aquí.
No es que sea lo que soñé, ni lo que siempre quise.
Hay cosas que nunca suceden.
Pero Minelia está aquí y yo también.
La encontré, me encontró, nos encontramos.
Nos reímos, fumamos la misma marca de cigarros y nos gusta el mismo sabor de malteada.
La de vainilla.
Caminamos por los parques espantando a las palomas, trepando a los aros de colores y brincando en los charcos de agua verde.
No me importan las cicatrices de sus brazos, ni que use siempre ese collar con plumas que compró en el centro de Coyoacán, ni que tenga ese tatuaje en el tobillo, el del ancla azul.
A ella no le importa que siempre me ría de todo, ni que usé tres días la misma playera, o que a veces se me olviden las cosas importantes, esas cosas le dan lo mismo.
Me gusta y yo le gusto.
Nos queremos.
Nos aceptamos.
No digo que nunca haya querido estar con una mujer que use tacones y faldas cortas, que se pintara los labios, las uñas y el cabello. No digo que yo no haya querido una mujer que no es Minelia.
Pero hay cosas que nunca suceden.
Adoro como camina con esos tenis viejos y su pantalón de cargo.
No digo que sea lo que yo quería, ni que me merezca estar con ella, ni que ella merezca aguantarme a mi, con la mala leche que tengo.
Sólo pasó.
Un día a la vez.
Carpe diem.
Un día por otro, me invita a ver el atardecer en su azotea.
Nos fumamos un cigarro hasta que empieza a oscurecer y no hablamos de nada.
Nada. Como por 15 minutos.
Luego nos reímos de todo y parece que ese es el lugar más feliz sobre la tierra y no el puto Disneyworld.
Nos aceptamos.
Probablemente termine.
Pero probablemente no.
Quien sabe.
Hay cosas que nunca suceden.
Simplemente digo que está ahí y yo estoy aquí.
No es que sea lo que soñé, ni lo que siempre quise.
Hay cosas que nunca suceden.
Pero Minelia está aquí y yo también.
La encontré, me encontró, nos encontramos.
Nos reímos, fumamos la misma marca de cigarros y nos gusta el mismo sabor de malteada.
La de vainilla.
Caminamos por los parques espantando a las palomas, trepando a los aros de colores y brincando en los charcos de agua verde.
No me importan las cicatrices de sus brazos, ni que use siempre ese collar con plumas que compró en el centro de Coyoacán, ni que tenga ese tatuaje en el tobillo, el del ancla azul.
A ella no le importa que siempre me ría de todo, ni que usé tres días la misma playera, o que a veces se me olviden las cosas importantes, esas cosas le dan lo mismo.
Me gusta y yo le gusto.
Nos queremos.
Nos aceptamos.
No digo que nunca haya querido estar con una mujer que use tacones y faldas cortas, que se pintara los labios, las uñas y el cabello. No digo que yo no haya querido una mujer que no es Minelia.
Pero hay cosas que nunca suceden.
Adoro como camina con esos tenis viejos y su pantalón de cargo.
No digo que sea lo que yo quería, ni que me merezca estar con ella, ni que ella merezca aguantarme a mi, con la mala leche que tengo.
Sólo pasó.
Un día a la vez.
Carpe diem.
Un día por otro, me invita a ver el atardecer en su azotea.
Nos fumamos un cigarro hasta que empieza a oscurecer y no hablamos de nada.
Nada. Como por 15 minutos.
Luego nos reímos de todo y parece que ese es el lugar más feliz sobre la tierra y no el puto Disneyworld.
Nos aceptamos.
Probablemente termine.
Pero probablemente no.
Quien sabe.
Hay cosas que nunca suceden.
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1 de octubre de 2013
Ivonne (Fragmento)
-Cuando Ivonne Memije me dijo que sería mi novia, creo que ese día fue el mejor de mi vida.
De verdad, el más feliz.
Me refiero a que, vamos hombre, sabes de lo que hablo.
¿Qué, nunca te han dicho que sí?
Entonces, si sabes de lo que hablo, ¿Verdad?
Me refiero a todo lo que pasa en esos momentos.
Ivonne, ella estaba hermosa ese día. Lo digo en serio, estaba tan linda. Su suéter rosa, su pantalón de mezclilla, sus tenis de tela, su bufanda azul.
Le encantaba esa bufanda.
Fuímos a este café, sobre La Gran Avenida.
Yo tenía dinero y eso era raro para mi a los 15 años.
Ya sabes, mis padres no me dejaban trabajar, pero tampoco me daban un centavo de más.
Sólo lo justo.
Siempre lo justo.
Pero entonces mi hermano mayor me hizo este encargo, ya sabes como son los hermanos mayores, sienten que pueden estarte mangoneando toda la vida y a veces es cierto, si te dan el dinero suficiente. Él me encargo esto que ya no recuerdo que era, quizá era ir a comprar algo por él al centro o limpiar su recámara o tragarme una botella de catsup, ya no me acuerdo. Tiene seis años de eso, no recuerdo bien que fué.
Seguro fué algo importante porque el me dió un billete verde, de doscientos pesos.
Doscientos pesos.
Teniendo 15 años y siendo el 2006, doscientos pesos aun alcanzaban para muchas cosas.
Por lo menos alcanzaban para invitarle un café y algo de comer a Ivonne.
Así que fuímos a este café que te digo, sobre La Gran Avenida.
Nada muy especial, un lugar pequeño y tranquilo.
Pedimos los dos un capuccino frío y un cuernito con jamón y queso.
Su sonrisa.
Sus manos moviéndose mientras hablaba.
Su risa.
No pude más.
Le pregunté.
Le pregunté a Ivonne Memije si quería ser mi novia.
Y este espectáculo, te juro que debiste verlo, todo el mundo debió haberlo visto, yo estuve en primera fila.
Fue hermoso.
Sus manos, su cabello hasta los hombros, su sonrisa de nervios, sus ojos grandes y avellanados, su boca bonita, sus cejas arqueadas, sus hombros redondos, todo al mismo tiempo, como si fuera una especie de ballet, una perfecta coreografía, una hermosa danza.
Dijo que sí.
De verdad, el más feliz.
Me refiero a que, vamos hombre, sabes de lo que hablo.
¿Qué, nunca te han dicho que sí?
Entonces, si sabes de lo que hablo, ¿Verdad?
Me refiero a todo lo que pasa en esos momentos.
Ivonne, ella estaba hermosa ese día. Lo digo en serio, estaba tan linda. Su suéter rosa, su pantalón de mezclilla, sus tenis de tela, su bufanda azul.
Le encantaba esa bufanda.
Fuímos a este café, sobre La Gran Avenida.
Yo tenía dinero y eso era raro para mi a los 15 años.
Ya sabes, mis padres no me dejaban trabajar, pero tampoco me daban un centavo de más.
Sólo lo justo.
Siempre lo justo.
Pero entonces mi hermano mayor me hizo este encargo, ya sabes como son los hermanos mayores, sienten que pueden estarte mangoneando toda la vida y a veces es cierto, si te dan el dinero suficiente. Él me encargo esto que ya no recuerdo que era, quizá era ir a comprar algo por él al centro o limpiar su recámara o tragarme una botella de catsup, ya no me acuerdo. Tiene seis años de eso, no recuerdo bien que fué.
Seguro fué algo importante porque el me dió un billete verde, de doscientos pesos.
Doscientos pesos.
Teniendo 15 años y siendo el 2006, doscientos pesos aun alcanzaban para muchas cosas.
Por lo menos alcanzaban para invitarle un café y algo de comer a Ivonne.
Así que fuímos a este café que te digo, sobre La Gran Avenida.
Nada muy especial, un lugar pequeño y tranquilo.
Pedimos los dos un capuccino frío y un cuernito con jamón y queso.
Su sonrisa.
Sus manos moviéndose mientras hablaba.
Su risa.
No pude más.
Le pregunté.
Le pregunté a Ivonne Memije si quería ser mi novia.
Y este espectáculo, te juro que debiste verlo, todo el mundo debió haberlo visto, yo estuve en primera fila.
Fue hermoso.
Sus manos, su cabello hasta los hombros, su sonrisa de nervios, sus ojos grandes y avellanados, su boca bonita, sus cejas arqueadas, sus hombros redondos, todo al mismo tiempo, como si fuera una especie de ballet, una perfecta coreografía, una hermosa danza.
Dijo que sí.
-¿Y por eso estamos en este café?
-Espérate, ya llegaré a eso...
De la serie "La Gran Avenida".
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17 de septiembre de 2013
Risa Nerviosa.
Tengo una hora sentado en esta banqueta.
Llueve. Y ya estaba lloviendo cuando llegué.
Hace frío y tengo hambre.
Cosas que a nadie le importan.
Siempre son cosas que a nadie le importan.
Por eso no hablo mucho.
Nunca sé bien qué decir y todo el tiempo estoy nervioso.
Todo el tiempo hay personas que hacen que me sienta mal por eso, no es que se lo propongan, o quizás sí se lo proponen, pero trato de no preocuparme. A veces conozco gente que hace que todo sea más sencillo, más llevadero, más agradable. Personas que llegan de la nada cuando me ven en un rincón o sentado solo en una mesa y tratan de hablarme, pero siempre estoy nervioso y nunca sé qué decir.
La última que lo hizo fue una chica.
Una chica muy bonita.
Ojos grandes, labios pintados, piernas largas y linda sonrisa.
Llegó y me habló.
Yo quería hablarle, pero no supe qué decir.
Después me dijo que le gustó como tartamudeaba de nervios la primera vez que me habló.
Que le fascina que hable bajito y que me de pena ordenar una hamburguesa en la cafetería de la escuela.
Que le da ternura mi pánico de preguntar por una dirección y que prefiera perderme hasta que encuentro el lugar.
Que le gusta como se me pierde la mirada y no puedo verla a la cara cuando hablo con ella.
De repente, ya no me sentía mal por eso.
A ella no pareció molestarle que no supiera hablar con las personas, que no supiera cómo pedir permiso para bajarme del autobús, que no pudiera dejar de estar nervioso.
A ella le importan mis cosas.
A ella le gusta salir conmigo.
Un día me besó y me dijo que yo la hacía feliz.
La miré con los ojos vidriosos y mi risa nerviosa.
Yo también era feliz.
Me besó y yo era la persona más feliz del mundo.
Me dijo que yo era su persona y que era muy especial.
Yo le hice una gruya de papel.
Eso era divertido.
Era divertido estar con alguien y no sentirme nervioso con ella, aunque me sintiera así con el resto de la gente.
Era divertido cuando tomaba mi mano y corríamos por las fuentes danzantes del centro.
Era divertido cuando nos metíamos empapados a un Starbucks y yo no quería pedir nada, ni decirle mi nombre al cajero.
Era divertido ser tan indeciso y no saber qué pedir, era divertido que ella simulara ver al reloj y taconear mientras esperaba que decidiera.
De pronto, eso era divertido y no malo.
Nos reíamos. Juntos.
Era divertido ir a algún lugar y susurrarle al oído qué iba a pedir.
Era divertido cuando íbamos a McDonalds y ella ordenaba la comida y yo cargaba la charola y se me caían las cosas cuando me preguntaban si quería más sobres de catsup y ella me decía que no importaba, y nos reíamos, ella con su risa sincera y yo con mi risa nerviosa.
Eso era divertido.
Era.
Un día pareció perder la sonrisa franca.
Un día pareció que ya no era divertido.
Un día sus ojos empezaron a perderse cuando le hablaba.
Un día dejó de reirse conmigo.
Un día dejé de ser especial.
Llueve y ya estaba lloviendo cuando llegué a sentarme en la banqueta de enfrente de su casa, estaba lloviendo cuando la vi llegar con un tipo que parece que nacio con la sonrisa puesta y ese porte de ser dueño del mundo y debe ser dueño del mundo porque le devolvió la risa sincera y los ojos brillantes que no me vieron porque me escondí detrás de un carro cuando los vi llegar.
Pero es que yo soy así.
Yo no tengo la culpa de no poder acercarme a decirle que todavía la quiero, no tengo la culpa de que ahora me de miedo hablarle, como a todo el mundo ni tengo la culpa de temblar de miedo y no de frío, de saber que seguro voy a tartamudear si me acerco y le digo que la quiero y que yo no tengo la culpa de nada.
Y como no tengo la culpa, sólo miro cómo me tiemblan las manos y me río con mi risa nerviosa, la única risa que tengo.
Me lloran los ojos y me río más.
Yo no tengo la culpa.
Hace frío y tengo hambre.
Llueve. Y ya estaba lloviendo cuando llegué.
Hace frío y tengo hambre.
Cosas que a nadie le importan.
Siempre son cosas que a nadie le importan.
Por eso no hablo mucho.
Nunca sé bien qué decir y todo el tiempo estoy nervioso.
Todo el tiempo hay personas que hacen que me sienta mal por eso, no es que se lo propongan, o quizás sí se lo proponen, pero trato de no preocuparme. A veces conozco gente que hace que todo sea más sencillo, más llevadero, más agradable. Personas que llegan de la nada cuando me ven en un rincón o sentado solo en una mesa y tratan de hablarme, pero siempre estoy nervioso y nunca sé qué decir.
La última que lo hizo fue una chica.
Una chica muy bonita.
Ojos grandes, labios pintados, piernas largas y linda sonrisa.
Llegó y me habló.
Yo quería hablarle, pero no supe qué decir.
Después me dijo que le gustó como tartamudeaba de nervios la primera vez que me habló.
Que le fascina que hable bajito y que me de pena ordenar una hamburguesa en la cafetería de la escuela.
Que le da ternura mi pánico de preguntar por una dirección y que prefiera perderme hasta que encuentro el lugar.
Que le gusta como se me pierde la mirada y no puedo verla a la cara cuando hablo con ella.
De repente, ya no me sentía mal por eso.
A ella no pareció molestarle que no supiera hablar con las personas, que no supiera cómo pedir permiso para bajarme del autobús, que no pudiera dejar de estar nervioso.
"Me gustas porque hay cosas en tí que nadie más ve".No le molesta que le hable de la música que me gusta y le gusta que compartamos mis audífonos y que me guste hacer origami.
A ella le importan mis cosas.
A ella le gusta salir conmigo.
Un día me besó y me dijo que yo la hacía feliz.
La miré con los ojos vidriosos y mi risa nerviosa.
Yo también era feliz.
Me besó y yo era la persona más feliz del mundo.
Me dijo que yo era su persona y que era muy especial.
Yo le hice una gruya de papel.
Eso era divertido.
Era divertido estar con alguien y no sentirme nervioso con ella, aunque me sintiera así con el resto de la gente.
Era divertido cuando tomaba mi mano y corríamos por las fuentes danzantes del centro.
Era divertido cuando nos metíamos empapados a un Starbucks y yo no quería pedir nada, ni decirle mi nombre al cajero.
Era divertido ser tan indeciso y no saber qué pedir, era divertido que ella simulara ver al reloj y taconear mientras esperaba que decidiera.
De pronto, eso era divertido y no malo.
Nos reíamos. Juntos.
Era divertido ir a algún lugar y susurrarle al oído qué iba a pedir.
Era divertido cuando íbamos a McDonalds y ella ordenaba la comida y yo cargaba la charola y se me caían las cosas cuando me preguntaban si quería más sobres de catsup y ella me decía que no importaba, y nos reíamos, ella con su risa sincera y yo con mi risa nerviosa.
Eso era divertido.
Era.
Un día pareció perder la sonrisa franca.
Un día pareció que ya no era divertido.
Un día sus ojos empezaron a perderse cuando le hablaba.
Un día dejó de reirse conmigo.
Un día dejé de ser especial.
"Siempre hablas tan quedito...Quiero que hables más. Quiero que dejes de temblar. Ya no tires las cosas. Ya no puedes ser así. Quiero que cambies. ¿Que no puedes hablar de corrido? ¿Porqué nunca puedes decidir a dónde vamos? Es el metro, no te va a pasar nada. La gente no te va a comer, carajo... Esto no va a funcionar. Tu nunca me defenderías. No me siento segura contigo. Me da pena que te vean así. No me siento bien. Me da pena que nos vean. Me siento incómoda. Me da pena que me vean contigo. Yo ya no puedo".Ya no soy especial y estoy sentado en la banqueta.
Llueve y ya estaba lloviendo cuando llegué a sentarme en la banqueta de enfrente de su casa, estaba lloviendo cuando la vi llegar con un tipo que parece que nacio con la sonrisa puesta y ese porte de ser dueño del mundo y debe ser dueño del mundo porque le devolvió la risa sincera y los ojos brillantes que no me vieron porque me escondí detrás de un carro cuando los vi llegar.
Pero es que yo soy así.
Yo no tengo la culpa de no poder acercarme a decirle que todavía la quiero, no tengo la culpa de que ahora me de miedo hablarle, como a todo el mundo ni tengo la culpa de temblar de miedo y no de frío, de saber que seguro voy a tartamudear si me acerco y le digo que la quiero y que yo no tengo la culpa de nada.
Y como no tengo la culpa, sólo miro cómo me tiemblan las manos y me río con mi risa nerviosa, la única risa que tengo.
Me lloran los ojos y me río más.
Yo no tengo la culpa.
Hace frío y tengo hambre.
12 de agosto de 2013
La Puta Quincena
Esto no es lo que esperaba.
Esto no es lo que me dijeron que iba a pasar cuando terminara la carrera.
Se supone que uno se mata estudiando una carrera para labrarse un futuro, para tener estabilidad. Para tener un trabajo, cuando menos.
Pero no.
O sí, un año después.
Claro, un año después de trabajar en algo que no es para lo que estudiaste.
Típico.
Me pregunto cuantos contadores perdedores como yo habrán tenido que pasar un año en McDonalds.
Cobrar, freir papas, atender el McAuto. Por un momento me sentí bien, empezaba a escalar puestos.
Hasta me dijeron que podría llegar a gerente en un año más.
Y lo estaba considerando. Pero me salió algo de lo mío. Algo "mejor".
Un "trabajo de verdad". De los de traje y corbata.
Con nómina, número de seguridad social y escritorio. Una cosa seria.
De 9 a 8, con dos horas para comer, computadora, un escritorio, prestaciones de ley y seguro social.
Diría que lo pensé antes de dejar el McDonalds, pero no. Ahora no estoy seguro si debería haberlo pensado.
Acepté.
Ya tengo una vida normal.
Desde el día que acepté este trabajo (con "grandes oportunidades de crecimiento", por cierto) formo parte productiva de la sociedad, ingresé al no tan selecto club de personas que tienen un "trabajo de verdad" y no andan trabajando en McDonalds, tengo la certeza y orgullo de pertenecer a una compañía que es reconocida y líder en su ramo.
Una compañia que me paga apenas un poco más de lo que ganaba en mi McTrabajo, que me debe horas extra, que me tiene esclavizado algunos fines de semana, que me renueva el contrato cada tres meses y en la que no he visto la "oportunidad de crecer" en año y medio.
Menuda mierda.
Mi único consuelo es esa tranquilidad enferma que tienen todas las personas en mi posición: La de saber que la puta quincena está siempre puntual en el banco.
La puta quincena, esa que nunca alcanza, de la que nunca tienes suficiente. Le dice uno "puta", pero la adora.
En el fondo, uno es más puta todavía: Puta del banco, de la empresa, de las tiendas, del trabajo y de tu nueva tarjeta de crédito.
Así es esto.
"Así es esto", siempre me decían que así iba a ser. Que un día terminaría la prepa, entraría a una buena universidad, me graduaría con un buen promedio, encontraría un trabajo bueno y estable en una compañía grande y que empezaría a cotizar en la seguridad social, con el tiempo conocería a una mujer linda, sencilla e inteligente que le gustara el cine, saldría con ella, sería su novio formal, iríamos a misa los Domingos y luego compraríamos una casa en las afueras, tendríamos hijos, les enseñaríamos que deben estudiar duro y luego esperaríamos juntos nuestra jubilación.
Menuda mierda.
Muchos días me pregunto si me aceptarían de vuelta en McDonalds.
En días como hoy, pasó mi hora de comida viendo a los cajeros, al de la freidora, a los que trapean el piso y me río de como piensan que su vida es miserable, mientras yo me como una Big Mac y cuento los minutos para regresar a la oficina de mierda. Quisiera no regresar.
Pero al final, regreso.
Siempre regreso.
Así que aquí estoy, con mis prestaciones de ley, con mi escritorio lleno de post-its llenos de pendientes, con mi computadora de la empresa, con un tupper vacio en mi escritorio, con mis vacaciones, mis días económicos, mi puta quincena y este pedazo de plástico que me da felicidad mientras me recuerda que mi culo de perra blanca le pertenece al banco.
Ya que.
Voy a invitar a salir a Claudia, la de recursos humanos. Me pregunto si le gusta el cine.
Esto no es lo que me dijeron que iba a pasar cuando terminara la carrera.
Se supone que uno se mata estudiando una carrera para labrarse un futuro, para tener estabilidad. Para tener un trabajo, cuando menos.
Pero no.
O sí, un año después.
Claro, un año después de trabajar en algo que no es para lo que estudiaste.
Típico.
Me pregunto cuantos contadores perdedores como yo habrán tenido que pasar un año en McDonalds.
Cobrar, freir papas, atender el McAuto. Por un momento me sentí bien, empezaba a escalar puestos.
Hasta me dijeron que podría llegar a gerente en un año más.
Y lo estaba considerando. Pero me salió algo de lo mío. Algo "mejor".
Un "trabajo de verdad". De los de traje y corbata.
Con nómina, número de seguridad social y escritorio. Una cosa seria.
De 9 a 8, con dos horas para comer, computadora, un escritorio, prestaciones de ley y seguro social.
Diría que lo pensé antes de dejar el McDonalds, pero no. Ahora no estoy seguro si debería haberlo pensado.
Acepté.
Ya tengo una vida normal.
Desde el día que acepté este trabajo (con "grandes oportunidades de crecimiento", por cierto) formo parte productiva de la sociedad, ingresé al no tan selecto club de personas que tienen un "trabajo de verdad" y no andan trabajando en McDonalds, tengo la certeza y orgullo de pertenecer a una compañía que es reconocida y líder en su ramo.
Una compañia que me paga apenas un poco más de lo que ganaba en mi McTrabajo, que me debe horas extra, que me tiene esclavizado algunos fines de semana, que me renueva el contrato cada tres meses y en la que no he visto la "oportunidad de crecer" en año y medio.
Menuda mierda.
Mi único consuelo es esa tranquilidad enferma que tienen todas las personas en mi posición: La de saber que la puta quincena está siempre puntual en el banco.
La puta quincena, esa que nunca alcanza, de la que nunca tienes suficiente. Le dice uno "puta", pero la adora.
En el fondo, uno es más puta todavía: Puta del banco, de la empresa, de las tiendas, del trabajo y de tu nueva tarjeta de crédito.
Así es esto.
"Así es esto", siempre me decían que así iba a ser. Que un día terminaría la prepa, entraría a una buena universidad, me graduaría con un buen promedio, encontraría un trabajo bueno y estable en una compañía grande y que empezaría a cotizar en la seguridad social, con el tiempo conocería a una mujer linda, sencilla e inteligente que le gustara el cine, saldría con ella, sería su novio formal, iríamos a misa los Domingos y luego compraríamos una casa en las afueras, tendríamos hijos, les enseñaríamos que deben estudiar duro y luego esperaríamos juntos nuestra jubilación.
Menuda mierda.
Muchos días me pregunto si me aceptarían de vuelta en McDonalds.
En días como hoy, pasó mi hora de comida viendo a los cajeros, al de la freidora, a los que trapean el piso y me río de como piensan que su vida es miserable, mientras yo me como una Big Mac y cuento los minutos para regresar a la oficina de mierda. Quisiera no regresar.
Pero al final, regreso.
Siempre regreso.
Así que aquí estoy, con mis prestaciones de ley, con mi escritorio lleno de post-its llenos de pendientes, con mi computadora de la empresa, con un tupper vacio en mi escritorio, con mis vacaciones, mis días económicos, mi puta quincena y este pedazo de plástico que me da felicidad mientras me recuerda que mi culo de perra blanca le pertenece al banco.
Ya que.
Voy a invitar a salir a Claudia, la de recursos humanos. Me pregunto si le gusta el cine.
22 de julio de 2013
El Maldito Metro de la Muerte.
Como estudiante de periodismo, la historia me pareció a partes iguales, inverosímil y fascinante.
Es de esas cosas que uno no se cree, pero que lo dejan con ganas de comprobarlas.
Así por pura morbosa curiosidad.
Además, el metro es de esos lugares donde uno muchas veces sacia su curiosidad morbosa.
La curiosidad mató al gato.
Si el gato era curioso, claro.
Escuché un rumor. Me lo dijo el primo de uno de mis amigos, pero no supe si creerle.
Ya había escuchado rumores acerca de las estaciones ocultas del metro, pero es una de esas cosas que uno no acaba de creerse.
Como buen estudiante de periodismo, tenía que comprobar.
¡Claro que no soy un chismoso!
La cosa es que me dijeron que había que ir a la estación Politécnico, exactamente a las 23:57 con dirección Politécnico y esperar un tren que llega con las puertas abiertas que viene justo del lado contrario por el que se supone que debería llegar normalmente y había que ser muy rápido para abordarlo, porque para solamente por cinco segundos. Cinco, en serio. Después parte como alma que lleva el diabl... Perdón, como alma que lleva aquel.
Ya, ya sé que la línea termina en Politécnico, pero más bien eso es lo que nos habían hecho creer. La verdad es que después hay más estaciones. Estaciones secretas. Ocultas.
¿Te imaginas si lograba reportar todo eso?
¡Me darían mi primer premio de periodismo sin haberme graduado!
Pues bien, el recorrido empieza justo en ese punto, cuando uno se sube casi brincando, en Politécnico.
Luego se va por donde se supone que debe irse a los talleres del metro, sólo que mucho más rápido. Entonces se abre una puerta enfrente y desciendes en picado unos cuantos metros, como en una especie de montaña rusa con paredes de caverna a los lados.
Y sí, eso hizo, precisamente.
Claro que me consta. Lo vi. Estuve ahí. Tomé ese tren.
Lo bueno es que iba agarrado de un tubo. No quiero ni pensar en lo que le pasaría a alguien que va sentado.
De todas maneras era yo el único en el vagón, y quizás en todo el tren.
Seguía recto, a una velocidad tremenda, como alma que lleva el diabl... bueno, bueno, aquel.
De repente frenó.
El tubo me salvo de estrellarme en las paredes del vagón.
Ya sentía que quería a ese tubo.
El metro paró ahora por más de cinco segundos en algo que parecía una estación vieja y descuidada, abandonada. Encendió las luces pero eso no mejoró mucho las cosas.
Las lamparas parpadeaban y algunas hacían ruidos raros, como si fueran a explotar en cualquier momento.
Ahí tuve la primer visión que me hizo pensar que subir a ese tren no había sido una buena idea. Muchos tubos estaban rotos, la mayoría oxidados.
El piso tenía varios agujeros que dejaban ver las vías, por algunos incluso podría caerse alguien. Los vidrios rotos, las paredes descuidadas y con muchas manchas de algo que parecía sangre.
¿Qué carajo era eso?
Me tenía que ir, ¿ves?
Y ya iba para abajo del tren, cuando vi un grupo de unas 50 personas que iban a subirse.
Un tipo y una mujer que hablaba sola subieron al mismo vagón que yo.
La mujer decía que era inocente, que las voces le habían dicho que matara a su marido.
A los demás los subieron a los otros vagones.
Suficiente. No sé donde estoy, pero me largo.
-No puedes salirte, chavo.-Me dijo el tipo y me agarró por el brazo.
-¿Porqué no?- Le digo y me quito su mano de encima.
-Porque si te sales te disparan esos de ahí...
Me señaló a varios agentes de la policía con unos pistolones que de seguro no eran reglamentarios, custodiando los vagones desde afuera.
-... ¿Qué carajos es esto?
-¿No sabes? ¿Tu te subiste solo, no?
-Pos si, pero...
-Este es el metro de la muerte, muchacho... Tu te subiste en la parada para suicidas. Esto es nomás para gente que quiere suicidarse o para los presos condenados... Pobrecito... tu estás muy chavo.
-No mames, aquí ni existe la pena de muerte... -hablé nervioso- ¿Quien les dijo esa mamada?
-Nadie. Estos pobres reos no saben la que les espera. Yo sí. Yo lo diseñé.
La mujer estaba sentada en un rincón, hablando con las voces. Están locos. Si, todos están locos. De seguro este es el medio de transporte entre hospitales psiquiátricos o algo. Si, eso debe ser.
¿Pero y los policías?
Deben ser locos violentos, seguro.
Y a los locos violentos hay que seguirles la corriente..
-¿Tú lo diseñaste? ¿Para qué es?
-El pinche gobierno quería una forma fácil y barata de deshacerse de los presos conflictivos, de los violentos, los locos y los que saben de más... como yo. Yo les dí la idea de usar trenes del metro, que pasaran abajo de los centros penales y desembocaran en una fosa común enorme. Sin evidencias. Todo por abajito del agua. O de la tierra, pues. Se los diseñé... Y ellos me dijeron que era perfecto.. ¡PERFECTO!
Empezó a reírse como un psicópata y eso me tranquilizó. Eso me aseguraba que era un loco. Pero aun así no sabía dónde estaba.
Maldita la hora en la que me subí, ya sé.
-No te creo... ¿Y los familiares de los presos? ¿Y cuando reclamen el cuerpo? La gente hace muchas preguntas....
-Esta es la ruta norte. - Siguió explicando como si no me hubiera oído- La parada para suicidas está en Politécnico y esas paradas son muy precisas. Por eso no te creo que no sepas a que vienes. Y lo que dices no importa... El gobierno siempre tiene una explicación, chavo...
-... Me dijeron que esto llevaba a otras estaciones del metro. Estaciones ocultas o algo.
-Pues si. Esta es la parada que está debajo del reclusorio norte. Después de aquí todo va a ir conforme a lo que diseñé. El tren va a correr por vías de curvas pronunciadas hasta una fosa común enorme. Para cuando lleguemos allá, todos vamos a estar muertos. -Hablaba con tanta coherencia que empezaba a creerle- El sistema es simple. No hay frenos. No hay conductor, todo está automatizado. Todo adentro del vagón es una trampa mortal, los tubos, las ventanas, el piso... y cuando arranca las partes metálicas se electrifican. Yo lo diseñé perfecto, nadie sale vivo del tren.
-...No te creo... Y además, si tu lo diseñaste ¿Porqué te matan a ti?
-Por eso - Su vista se pierde en otro grupo de personas que bajan custodiadas por policías- porque sé demasiado. Ya llegaron los demás, ya nos vamos. Si quieres un consejo, agárrate fuerte de un tubo o de la puerta cuando cierre - me dijo aferrándose al tubo que me había salvado la vida- La descarga eléctrica es letal y vas a ser de los primeros en morir. Casi ni vas a sufrir.
-Yo no me quiero morir...
-Y yo tampoco, ¿No te jode? pero ya te dije, nadie sale vivo del tren...
Subieron más presos y se cerraron las puertas.
El tipo se electrocutó al instante, ¿Sabes?
Ahí supe que decía la verdad.
Y pues nada, que me desmayé nomás de verlo muerto, entre gritos y maldiciones de los presos, mientras podía percibir el olor a carne chamuscada que venía del tipo que diseñó el Maldito Metro de la Muerte.
Me desmayé y desperté acá. El tipo decía la verdad, nadie sale vivo del tren.
Y así estuvo la cosa, San Pedro.
Técnicamente no fue suicidio, nomás es que siempre he sido bien curioso con las leyendas urbanas.
Ya déjame entrar a la gloria, ¿no?
Es de esas cosas que uno no se cree, pero que lo dejan con ganas de comprobarlas.
Así por pura morbosa curiosidad.
Además, el metro es de esos lugares donde uno muchas veces sacia su curiosidad morbosa.
La curiosidad mató al gato.
Si el gato era curioso, claro.
Escuché un rumor. Me lo dijo el primo de uno de mis amigos, pero no supe si creerle.
Ya había escuchado rumores acerca de las estaciones ocultas del metro, pero es una de esas cosas que uno no acaba de creerse.
Como buen estudiante de periodismo, tenía que comprobar.
¡Claro que no soy un chismoso!
La cosa es que me dijeron que había que ir a la estación Politécnico, exactamente a las 23:57 con dirección Politécnico y esperar un tren que llega con las puertas abiertas que viene justo del lado contrario por el que se supone que debería llegar normalmente y había que ser muy rápido para abordarlo, porque para solamente por cinco segundos. Cinco, en serio. Después parte como alma que lleva el diabl... Perdón, como alma que lleva aquel.
Ya, ya sé que la línea termina en Politécnico, pero más bien eso es lo que nos habían hecho creer. La verdad es que después hay más estaciones. Estaciones secretas. Ocultas.
¿Te imaginas si lograba reportar todo eso?
¡Me darían mi primer premio de periodismo sin haberme graduado!
Pues bien, el recorrido empieza justo en ese punto, cuando uno se sube casi brincando, en Politécnico.
Luego se va por donde se supone que debe irse a los talleres del metro, sólo que mucho más rápido. Entonces se abre una puerta enfrente y desciendes en picado unos cuantos metros, como en una especie de montaña rusa con paredes de caverna a los lados.
Y sí, eso hizo, precisamente.
Claro que me consta. Lo vi. Estuve ahí. Tomé ese tren.
Lo bueno es que iba agarrado de un tubo. No quiero ni pensar en lo que le pasaría a alguien que va sentado.
De todas maneras era yo el único en el vagón, y quizás en todo el tren.
Seguía recto, a una velocidad tremenda, como alma que lleva el diabl... bueno, bueno, aquel.
De repente frenó.
El tubo me salvo de estrellarme en las paredes del vagón.
Ya sentía que quería a ese tubo.
El metro paró ahora por más de cinco segundos en algo que parecía una estación vieja y descuidada, abandonada. Encendió las luces pero eso no mejoró mucho las cosas.
Las lamparas parpadeaban y algunas hacían ruidos raros, como si fueran a explotar en cualquier momento.
Ahí tuve la primer visión que me hizo pensar que subir a ese tren no había sido una buena idea. Muchos tubos estaban rotos, la mayoría oxidados.
El piso tenía varios agujeros que dejaban ver las vías, por algunos incluso podría caerse alguien. Los vidrios rotos, las paredes descuidadas y con muchas manchas de algo que parecía sangre.
¿Qué carajo era eso?
Me tenía que ir, ¿ves?
Y ya iba para abajo del tren, cuando vi un grupo de unas 50 personas que iban a subirse.
Un tipo y una mujer que hablaba sola subieron al mismo vagón que yo.
La mujer decía que era inocente, que las voces le habían dicho que matara a su marido.
A los demás los subieron a los otros vagones.
Suficiente. No sé donde estoy, pero me largo.
-No puedes salirte, chavo.-Me dijo el tipo y me agarró por el brazo.
-¿Porqué no?- Le digo y me quito su mano de encima.
-Porque si te sales te disparan esos de ahí...
Me señaló a varios agentes de la policía con unos pistolones que de seguro no eran reglamentarios, custodiando los vagones desde afuera.
-... ¿Qué carajos es esto?
-¿No sabes? ¿Tu te subiste solo, no?
-Pos si, pero...
-Este es el metro de la muerte, muchacho... Tu te subiste en la parada para suicidas. Esto es nomás para gente que quiere suicidarse o para los presos condenados... Pobrecito... tu estás muy chavo.
-No mames, aquí ni existe la pena de muerte... -hablé nervioso- ¿Quien les dijo esa mamada?
-Nadie. Estos pobres reos no saben la que les espera. Yo sí. Yo lo diseñé.
La mujer estaba sentada en un rincón, hablando con las voces. Están locos. Si, todos están locos. De seguro este es el medio de transporte entre hospitales psiquiátricos o algo. Si, eso debe ser.
¿Pero y los policías?
Deben ser locos violentos, seguro.
Y a los locos violentos hay que seguirles la corriente..
-¿Tú lo diseñaste? ¿Para qué es?
-El pinche gobierno quería una forma fácil y barata de deshacerse de los presos conflictivos, de los violentos, los locos y los que saben de más... como yo. Yo les dí la idea de usar trenes del metro, que pasaran abajo de los centros penales y desembocaran en una fosa común enorme. Sin evidencias. Todo por abajito del agua. O de la tierra, pues. Se los diseñé... Y ellos me dijeron que era perfecto.. ¡PERFECTO!
Empezó a reírse como un psicópata y eso me tranquilizó. Eso me aseguraba que era un loco. Pero aun así no sabía dónde estaba.
Maldita la hora en la que me subí, ya sé.
-No te creo... ¿Y los familiares de los presos? ¿Y cuando reclamen el cuerpo? La gente hace muchas preguntas....
-Esta es la ruta norte. - Siguió explicando como si no me hubiera oído- La parada para suicidas está en Politécnico y esas paradas son muy precisas. Por eso no te creo que no sepas a que vienes. Y lo que dices no importa... El gobierno siempre tiene una explicación, chavo...
-... Me dijeron que esto llevaba a otras estaciones del metro. Estaciones ocultas o algo.
-Pues si. Esta es la parada que está debajo del reclusorio norte. Después de aquí todo va a ir conforme a lo que diseñé. El tren va a correr por vías de curvas pronunciadas hasta una fosa común enorme. Para cuando lleguemos allá, todos vamos a estar muertos. -Hablaba con tanta coherencia que empezaba a creerle- El sistema es simple. No hay frenos. No hay conductor, todo está automatizado. Todo adentro del vagón es una trampa mortal, los tubos, las ventanas, el piso... y cuando arranca las partes metálicas se electrifican. Yo lo diseñé perfecto, nadie sale vivo del tren.
-...No te creo... Y además, si tu lo diseñaste ¿Porqué te matan a ti?
-Por eso - Su vista se pierde en otro grupo de personas que bajan custodiadas por policías- porque sé demasiado. Ya llegaron los demás, ya nos vamos. Si quieres un consejo, agárrate fuerte de un tubo o de la puerta cuando cierre - me dijo aferrándose al tubo que me había salvado la vida- La descarga eléctrica es letal y vas a ser de los primeros en morir. Casi ni vas a sufrir.
-Yo no me quiero morir...
-Y yo tampoco, ¿No te jode? pero ya te dije, nadie sale vivo del tren...
Subieron más presos y se cerraron las puertas.
El tipo se electrocutó al instante, ¿Sabes?
Ahí supe que decía la verdad.
Y pues nada, que me desmayé nomás de verlo muerto, entre gritos y maldiciones de los presos, mientras podía percibir el olor a carne chamuscada que venía del tipo que diseñó el Maldito Metro de la Muerte.
Me desmayé y desperté acá. El tipo decía la verdad, nadie sale vivo del tren.
Y así estuvo la cosa, San Pedro.
Técnicamente no fue suicidio, nomás es que siempre he sido bien curioso con las leyendas urbanas.
Ya déjame entrar a la gloria, ¿no?
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8 de julio de 2013
Albahaca
¿A dónde vas vestida así?
No sé si madre lo pregunta por el vestido, los tacones o las medias.
¿A dónde vas con la albahaca?
Me pregunta pero no respondo. Echo el frasco de albahaca en mi bolsa y retoco el labial en el espejo de la cocina.
¿A qué hora llegas?
Sonrío y me despido lanzando un beso al aire.
Para que no se quite el labial.
Él dijo "spaghetti".
Le pregunté dónde.
Él dijo "Mi casa".
Le pregunté si tenía albahaca.
Un buen spaghetti no está completo sin un poco de albahaca.
Tradición familiar.
Me dijo que no tenía. Que iba a hacer una boloñesa.
Le dije que una buena boloñesa no está completa sin un poco de albahaca.
Me dijo "Trae tú la albahaca".
Le dije que el comprara el vino.
"¿Tinto o blanco?", me dijo.
Tinto, tonto.
Me dijo que me pusiera este vestido.
Estos tacones.
Estas medias.
Le dije que se pusiera esa loción de la botella azul.
Me dijo que me pusiera el labial negro.
Le dije que se pusiera la camisa negra.
Me pidió que tomara un taxi, pronto.
Le pedí que el vino estuviera servido.
Me pidió que tocara tres veces la puerta.
Le pedí que la cerrara tras de mí.
Me ofreció un poco de vino.
Le pedí que llenara más la copa.
Me pidió que pusiera mis tacones en sus hombros.
Le pedí que no se detuviera.
Me pidió que me quedara esa noche.
Me dijo que después podíamos comer un poco de spaghetti.
No sé si madre lo pregunta por el vestido, los tacones o las medias.
¿A dónde vas con la albahaca?
Me pregunta pero no respondo. Echo el frasco de albahaca en mi bolsa y retoco el labial en el espejo de la cocina.
¿A qué hora llegas?
Sonrío y me despido lanzando un beso al aire.
Para que no se quite el labial.
Él dijo "spaghetti".
Le pregunté dónde.
Él dijo "Mi casa".
Le pregunté si tenía albahaca.
Un buen spaghetti no está completo sin un poco de albahaca.
Tradición familiar.
Me dijo que no tenía. Que iba a hacer una boloñesa.
Le dije que una buena boloñesa no está completa sin un poco de albahaca.
Me dijo "Trae tú la albahaca".
Le dije que el comprara el vino.
"¿Tinto o blanco?", me dijo.
Tinto, tonto.
Me dijo que me pusiera este vestido.
Estos tacones.
Estas medias.
Le dije que se pusiera esa loción de la botella azul.
Me dijo que me pusiera el labial negro.
Le dije que se pusiera la camisa negra.
Me pidió que tomara un taxi, pronto.
Le pedí que el vino estuviera servido.
Me pidió que tocara tres veces la puerta.
Le pedí que la cerrara tras de mí.
Me ofreció un poco de vino.
Le pedí que llenara más la copa.
Me pidió que pusiera mis tacones en sus hombros.
Le pedí que no se detuviera.
Me pidió que me quedara esa noche.
Me dijo que después podíamos comer un poco de spaghetti.
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24 de junio de 2013
Onironautas
No me digas que nunca.
Tal vez un día, tal vez no ahora, quizás en sueños.
Si, en sueños. Eso es.
Tu y yo vamos a estar juntos en el reino de los sueños.
¿Sabes lo que es un sueño lúcido?
Es un estado semiconsciente dentro del mismo sueño.
Sabes que eres tú, y sabes que estás soñando. Y sabes que puedes hacer lo que quieras, porque estás dentro de tu mente y tú controlas lo que pasa.
Ya sé, a mi también me gusta la idea.
Es tu sueño y puedes hacer lo que quieras. Puedes ir a Japón o Alemania, si, mucho mejor Alemania, siempre quisiste estar en Liepzig, podríamos ir a Liepzig juntos y ver y hacer de todo, aunque no hayamos estado nunca en Liepzig, vamos a ir porque es un sueño lúcido y podemos hacer lo que sea, como sea y cuando sea.
Juntos...
Tomados de las manos. Riéndonos. Pasándola bien, como siempre.
Tomar un café, comer unas papas fritas, quizás un pastel.
Recostarnos en el pasto de algún prado, compartir los audífonos, que llueva y tomar cientos de fotos, ir corriendo y disparando las cámaras sin preocuparnos.
Guarecernos de la lluvia, ver las fotos y reirnos.
Reirnos tomados de las manos.
Besarnos.
Besarte otra vez.
Como antes.
¿Porqué no?
Hay personas que lo hacen todo el tiempo, se llaman "Onironautas", ¿sabes?
Uno de ellos me enseñó. Todavía no lo domino del todo, pero voy a aprender. Te prometo que voy a aprender.
Necesito aprender.
¿Cómo que por qué?
Porque ya no quiero ser víctima del tiempo y las circunstancias o el puto destino, o lo que sea que no nos deja estar juntos. Quiero dejar de escuchar que tu no eres para mi o yo no soy para ti, necesito poder volver a estar contigo yo sé que tú también quieres,yo sé que tú también me quieres, ya no me digas que no es sano.
Ya no me digas que no estoy bien, Lizette.
Ya no me digas que no te llamas Lizette.
Yo sé que no eres terapeuta y que mi casa no es un hospital psiquiátrico.
Pintamos de blanco el mes pasado, ya te dije.
No te vayas, abrázame. Por favor.
Ayer soñé contigo.
Yo sé que tu también quieres soñar conmigo.
Tal vez un día, tal vez no ahora, quizás en sueños.
Si, en sueños. Eso es.
Tu y yo vamos a estar juntos en el reino de los sueños.
¿Sabes lo que es un sueño lúcido?
Es un estado semiconsciente dentro del mismo sueño.
Sabes que eres tú, y sabes que estás soñando. Y sabes que puedes hacer lo que quieras, porque estás dentro de tu mente y tú controlas lo que pasa.
Ya sé, a mi también me gusta la idea.
Es tu sueño y puedes hacer lo que quieras. Puedes ir a Japón o Alemania, si, mucho mejor Alemania, siempre quisiste estar en Liepzig, podríamos ir a Liepzig juntos y ver y hacer de todo, aunque no hayamos estado nunca en Liepzig, vamos a ir porque es un sueño lúcido y podemos hacer lo que sea, como sea y cuando sea.
Juntos...
Tomados de las manos. Riéndonos. Pasándola bien, como siempre.
Tomar un café, comer unas papas fritas, quizás un pastel.
Recostarnos en el pasto de algún prado, compartir los audífonos, que llueva y tomar cientos de fotos, ir corriendo y disparando las cámaras sin preocuparnos.
Guarecernos de la lluvia, ver las fotos y reirnos.
Reirnos tomados de las manos.
Besarnos.
Besarte otra vez.
Como antes.
¿Porqué no?
Hay personas que lo hacen todo el tiempo, se llaman "Onironautas", ¿sabes?
Uno de ellos me enseñó. Todavía no lo domino del todo, pero voy a aprender. Te prometo que voy a aprender.
Necesito aprender.
¿Cómo que por qué?
Porque ya no quiero ser víctima del tiempo y las circunstancias o el puto destino, o lo que sea que no nos deja estar juntos. Quiero dejar de escuchar que tu no eres para mi o yo no soy para ti, necesito poder volver a estar contigo yo sé que tú también quieres,yo sé que tú también me quieres, ya no me digas que no es sano.
Ya no me digas que no estoy bien, Lizette.
Ya no me digas que no te llamas Lizette.
Yo sé que no eres terapeuta y que mi casa no es un hospital psiquiátrico.
Pintamos de blanco el mes pasado, ya te dije.
No te vayas, abrázame. Por favor.
Ayer soñé contigo.
Yo sé que tu también quieres soñar conmigo.
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10 de junio de 2013
El Licenciado
Hoy va a venir.
Todos lo estamos esperando, bajo el sol y con un calor de la chingada. La gente del partido trae refrescos, pero no los quieren repartir: "Después del mitin, después del mitin...".
Cabrones.
Pero no importa. Todos estamos aquí porque ese vato es el chingón, palabra que sí. Todos están diciendo lo mismo. El sí va a acabar con todas las chingaderas que nos han tocado desde siempre, con todas las chingaderas de cada seis años.
El no se anda con mamadas. No tiene pelos en la lengua, cada que da un discurso le dice sus verdades al gobierno. Agarra parejo con cada partido, hasta con el suyo.
Por eso es el chingón. Él es el que va a cambiar las cosas. Él va a ganar, palabra.
Ya sabíamos desde que oímos su discurso de hace unos días. Frente a un chorro de gente, y el hablaba, casi gritaba del coraje. Decía que le daban rabia las injusticias, que su gobierno iba a ser diferente, que el sí se iba a acercar al pueblo. Que el veía a un pueblo cansado, con ganas de que al fin llegara el cambio.
Él es el cambio. Todos andan diciendo lo mismo.
Ya llegó. Se baja de la camioneta.
Es un chingón. Todos se avientan para recibirlo, no trae guaruras, va caminando entre la gente. Los saluda, se ríe, camina hasta donde están los del partido sin dejar de saludar a todos los que se le acercan. Una señora grande le besa la mano. Él la toma de las manos y la abraza. Es un chingón.
No hay templete. Hace un calor de la chingada.
Pero él se sube a una camioneta, le pasan un micrófono y todos nos callamos, porque sabemos que va a hablar. Y habla. Nos habla de lo que va a hacer cuando llegue, de como va a escuchar a todos, sin que le importen los partidos políticos. Dice que lo que le importa es la gente.
Nosotros.
El pueblo.
Dice que vamos a trabajar juntos, que ya está harto el país de políticos incompetentes. Dice que vamos a ganar.
Yo sé que va a ganar.
Vamos a ganar.
Termina. Aplaudimos. Por las bocinas suena música de banda. Todos gritan "Duro, duro, duro". Gritamos su nombre. Se baja de la camioneta y empieza a caminar, otra vez entre la gente. Todos le entregan papelitos con peticiones. El los toma y se los guarda en la chamarra. Es un chingón, de verdad que es un chingón.
Camino ahora si hacia él para darle la mano. Entre empujones y gente que también lo quiere saludar. Él sonríe, estrecha manos, abraza gente. Los escucha, les dice unas palabras y sonríe. Sigue caminando. Yo trato de alcanzarlo antes de que se vaya.
Camina, saluda, sonríe, abraza, estrecha manos, camina, sonríe, saluda, le disparan.
¿Qué pasa?
Otro disparo.
Todos gritamos.
El candidato se desploma, nadie sabe qué está pasando. Mucha gente corre y otros tratan de ayudarlo.
No sé que está pasando.
Nadie sabe.
Acaban de dispararle al Licenciado Colosio.
Todos lo estamos esperando, bajo el sol y con un calor de la chingada. La gente del partido trae refrescos, pero no los quieren repartir: "Después del mitin, después del mitin...".
Cabrones.
Pero no importa. Todos estamos aquí porque ese vato es el chingón, palabra que sí. Todos están diciendo lo mismo. El sí va a acabar con todas las chingaderas que nos han tocado desde siempre, con todas las chingaderas de cada seis años.
El no se anda con mamadas. No tiene pelos en la lengua, cada que da un discurso le dice sus verdades al gobierno. Agarra parejo con cada partido, hasta con el suyo.
Por eso es el chingón. Él es el que va a cambiar las cosas. Él va a ganar, palabra.
Ya sabíamos desde que oímos su discurso de hace unos días. Frente a un chorro de gente, y el hablaba, casi gritaba del coraje. Decía que le daban rabia las injusticias, que su gobierno iba a ser diferente, que el sí se iba a acercar al pueblo. Que el veía a un pueblo cansado, con ganas de que al fin llegara el cambio.
Él es el cambio. Todos andan diciendo lo mismo.
Ya llegó. Se baja de la camioneta.
Es un chingón. Todos se avientan para recibirlo, no trae guaruras, va caminando entre la gente. Los saluda, se ríe, camina hasta donde están los del partido sin dejar de saludar a todos los que se le acercan. Una señora grande le besa la mano. Él la toma de las manos y la abraza. Es un chingón.
No hay templete. Hace un calor de la chingada.
Pero él se sube a una camioneta, le pasan un micrófono y todos nos callamos, porque sabemos que va a hablar. Y habla. Nos habla de lo que va a hacer cuando llegue, de como va a escuchar a todos, sin que le importen los partidos políticos. Dice que lo que le importa es la gente.
Nosotros.
El pueblo.
Dice que vamos a trabajar juntos, que ya está harto el país de políticos incompetentes. Dice que vamos a ganar.
Yo sé que va a ganar.
Vamos a ganar.
Termina. Aplaudimos. Por las bocinas suena música de banda. Todos gritan "Duro, duro, duro". Gritamos su nombre. Se baja de la camioneta y empieza a caminar, otra vez entre la gente. Todos le entregan papelitos con peticiones. El los toma y se los guarda en la chamarra. Es un chingón, de verdad que es un chingón.
Camino ahora si hacia él para darle la mano. Entre empujones y gente que también lo quiere saludar. Él sonríe, estrecha manos, abraza gente. Los escucha, les dice unas palabras y sonríe. Sigue caminando. Yo trato de alcanzarlo antes de que se vaya.
Camina, saluda, sonríe, abraza, estrecha manos, camina, sonríe, saluda, le disparan.
¿Qué pasa?
Otro disparo.
Todos gritamos.
El candidato se desploma, nadie sabe qué está pasando. Mucha gente corre y otros tratan de ayudarlo.
No sé que está pasando.
Nadie sabe.
Acaban de dispararle al Licenciado Colosio.
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In Memoriam
3 de junio de 2013
Natasha
Natasha se levanta todos los días y le manda un mensaje de texto a su novio.
Se mete bajo la regadera, y enjabona su cuerpo. Sus piernas, sus brazos, su rostro. Lava su cabello. Disfruta un poco del vapor que se queda tras cerrar la llave del agua.
Corre la cortina.
La toalla en el cabello, la toalla que envuelve el cuerpo.
Vestirse.
Medias rosas, falda gris, blusa blanca. Tacones.
Arreglar el cabello. Enchinar las pestañas, ponerse el maquillaje, el perfume. Mirarse.
Natasha le manda un beso al espejo antes de salir de su cuarto.
Siempre le manda un beso al espejo.
Está lista.
Toma un taxi en la esquina de su casa.
Se sube y se sienta muy derechita, cuidando que el taxista no vea más que sus medias por el retrovisor.
Otro mensaje de texto para avisarle a su novio que llegará pronto. Retoca su labial. Se mira en el espejo de mano.
Baja del taxi y ahí está él, esperándola.
Natasha lo besa, lo abraza. Le hace todo tipo de cariños. Él la abraza y caminan.
Llegan a casa de su novio y él siente hambre. Natasha le cocina lo que él le pide. Siempre le cocina lo que él le pide. Sirve la mesa y lo mira comer.
Él mira deportes en la televisión.
Una cerveza. Dos.
Natasha lo mira.
Él tiene ganas de sexo.
Natasha le pregunta si quiere ir a la cama, pero él empieza a desvestirla ahí, en la mesa. Natasha le ayuda y hace todo lo que el le pide. No importa qué, siempre hace todo lo que le pide.
La mesa hecha un desastre. Él fuma un cigarro, ella retoca su labial. Natasha le pregunta si le ha gustado. Él hace una mueca de que no ha estado mal. Natasha se viste, se retoca el maquillaje. Y se le va encima de nuevo.
Él rompe sus medias, arranca los botones de su blusa y le dice todo lo que debe hacer. A Natasha parece no importarle.
Siempre hace todo lo que el quiere.
La sala hecha un desastre.
Él fuma un cigarro.
Natasha está en el sofá, con la cabeza baja y la mirada perdida. Los brazos sin fuerza, las piernas sin fuerza. La ropa a medio poner.
Natasha está en el sofá con el interruptor en Off.
Natasha tiene la piel de silicón hipoalergénico y un procesador de doce núcleos.
Natasha tiene cables en lugar de venas.
Natasha está programada para estar con él a diario, y él nunca es el mismo.
Natasha está esperando que la empaquen en una caja y la manden de regreso a su casa. Como siempre. Como todos los días.
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21 de mayo de 2013
Equis y Griega: Favor
-Que no.
-Por favor...
-Que no, caramba.
-Ay, por favor. No me digas que es la primera vez que lo haces.
-Pues no, pero...
-¿Entonces? Hazme ese favor, anda...
-Contigo es diferente, Equis.
-Yo no le veo lo diferente...
-Pero yo si, sería incómodo después... ¿Con que cara voy a ver a tu mamá?
-Pues con la que tienes, que es muy bonita... Ándale... ¿si?
-Siempre tienes que salirte con la tuya, ¿verdad?
-Ya deberías estar acostumbrada.
Tomó el teléfono.
-Bueno... Hola señora, habla Griega. Si, ¿Como ha estado? Nosotros también bien, Gracias. Si, lo que pasa es que mi mamá invitó a Equis a cenar y como tenemos un trabajo pendiente queríamos saber si lo dejaba quedarse otra vez aquí en la casa... No, cómo cree, si no es ninguna molestia. ¿Si? Bueno señora, muchas gracias. Nos estamos viendo. También saludos a todos. Bye.
-¿Dijo que si?
-Pues si, ¿Qué más va a decir?
-Gracias, gracias, gracias, no se como agradecerte.- Le dijo abrazándola de repente.
-No sé porqué sigo tapándote cuando te vas de fiesta con tus amiguitas esas con derecho...
-Porque eres mi mejor amiga, Griega- Le contestó sonriendo y tomando su chamarra de cuero negra, listo para salir.- ¡Nos vemos mañana!
-¡Te dejo la ventana abierta! -Le gritó mientras lo miraba alejarse calle abajo, y guitarra al hombro.
-Por favor...
-Que no, caramba.
-Ay, por favor. No me digas que es la primera vez que lo haces.
-Pues no, pero...
-¿Entonces? Hazme ese favor, anda...
-Contigo es diferente, Equis.
-Yo no le veo lo diferente...
-Pero yo si, sería incómodo después... ¿Con que cara voy a ver a tu mamá?
-Pues con la que tienes, que es muy bonita... Ándale... ¿si?
-Siempre tienes que salirte con la tuya, ¿verdad?
-Ya deberías estar acostumbrada.
Tomó el teléfono.
-Bueno... Hola señora, habla Griega. Si, ¿Como ha estado? Nosotros también bien, Gracias. Si, lo que pasa es que mi mamá invitó a Equis a cenar y como tenemos un trabajo pendiente queríamos saber si lo dejaba quedarse otra vez aquí en la casa... No, cómo cree, si no es ninguna molestia. ¿Si? Bueno señora, muchas gracias. Nos estamos viendo. También saludos a todos. Bye.
-¿Dijo que si?
-Pues si, ¿Qué más va a decir?
-Gracias, gracias, gracias, no se como agradecerte.- Le dijo abrazándola de repente.
-No sé porqué sigo tapándote cuando te vas de fiesta con tus amiguitas esas con derecho...
-Porque eres mi mejor amiga, Griega- Le contestó sonriendo y tomando su chamarra de cuero negra, listo para salir.- ¡Nos vemos mañana!
-¡Te dejo la ventana abierta! -Le gritó mientras lo miraba alejarse calle abajo, y guitarra al hombro.
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