No digo que Minelia sea la mujer más guapa del universo, ni que sea lo que merezco.
Simplemente digo que está ahí y yo estoy aquí.
No es que sea lo que soñé, ni lo que siempre quise.
Hay cosas que nunca suceden.
Pero Minelia está aquí y yo también.
La encontré, me encontró, nos encontramos.
Nos reímos, fumamos la misma marca de cigarros y nos gusta el mismo sabor de malteada.
La de vainilla.
Caminamos por los parques espantando a las palomas, trepando a los aros de colores y brincando en los charcos de agua verde.
No me importan las cicatrices de sus brazos, ni que use siempre ese collar con plumas que compró en el centro de Coyoacán, ni que tenga ese tatuaje en el tobillo, el del ancla azul.
A ella no le importa que siempre me ría de todo, ni que usé tres días la misma playera, o que a veces se me olviden las cosas importantes, esas cosas le dan lo mismo.
Me gusta y yo le gusto.
Nos queremos.
Nos aceptamos.
No digo que nunca haya querido estar con una mujer que use tacones y faldas cortas, que se pintara los labios, las uñas y el cabello. No digo que yo no haya querido una mujer que no es Minelia.
Pero hay cosas que nunca suceden.
Adoro como camina con esos tenis viejos y su pantalón de cargo.
No digo que sea lo que yo quería, ni que me merezca estar con ella, ni que ella merezca aguantarme a mi, con la mala leche que tengo.
Sólo pasó.
Un día a la vez.
Carpe diem.
Un día por otro, me invita a ver el atardecer en su azotea.
Nos fumamos un cigarro hasta que empieza a oscurecer y no hablamos de nada.
Nada. Como por 15 minutos.
Luego nos reímos de todo y parece que ese es el lugar más feliz sobre la tierra y no el puto Disneyworld.
Nos aceptamos.
Probablemente termine.
Pero probablemente no.
Quien sabe.
Hay cosas que nunca suceden.
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