12 de agosto de 2013

La Puta Quincena

Esto no es lo que esperaba.
Esto no es lo que me dijeron que iba a pasar cuando terminara la carrera. 
Se supone que uno se mata estudiando una carrera para labrarse un futuro, para tener estabilidad. Para tener un trabajo, cuando menos.
Pero no. 
O sí, un año después.
Claro, un año después de trabajar en algo que no es para lo que estudiaste. 
Típico.
Me pregunto cuantos contadores perdedores como yo habrán tenido que pasar un año en McDonalds. 
Cobrar, freir papas, atender el McAuto. Por un momento me sentí bien, empezaba a escalar puestos.
Hasta me dijeron que podría llegar a gerente en un año más.
Y lo estaba considerando. Pero me salió algo de lo mío. Algo "mejor". 
Un "trabajo de verdad". De los de traje y corbata. 
Con nómina, número de seguridad social y escritorio. Una cosa seria. 
De 9 a 8, con dos horas para comer, computadora, un escritorio, prestaciones de ley y seguro social.
Diría que lo pensé antes de dejar el McDonalds, pero no. Ahora no estoy seguro si debería haberlo pensado.
Acepté.
Ya tengo una vida normal.
Desde el día que acepté este trabajo (con "grandes oportunidades de crecimiento", por cierto) formo parte productiva de la sociedad, ingresé al no tan selecto club de personas que tienen un "trabajo de verdad" y no andan trabajando en McDonalds, tengo la certeza y orgullo de pertenecer a una compañía que es reconocida y líder en su ramo. 
Una compañia que me paga apenas un poco más de lo que ganaba en mi McTrabajo, que me debe horas extra, que me tiene esclavizado algunos fines de semana, que me renueva el contrato cada tres meses y en la que no he visto la "oportunidad de crecer" en año y medio.
Menuda mierda.
Mi único consuelo es esa tranquilidad enferma que tienen todas las personas en mi posición: La de saber que la puta quincena está siempre puntual en el banco.
La puta quincena, esa que nunca alcanza, de la que nunca tienes suficiente. Le dice uno "puta", pero la adora.
En el fondo, uno es más puta todavía: Puta del banco, de la empresa, de las tiendas, del trabajo y de tu nueva tarjeta de crédito.
Así es esto.
"Así es esto", siempre me decían que así iba a ser. Que un día terminaría la prepa, entraría a una buena universidad, me graduaría con un buen promedio, encontraría un trabajo bueno y estable en una compañía grande y que empezaría a cotizar en la seguridad social, con el tiempo conocería a una mujer linda, sencilla e inteligente que le gustara el cine, saldría con ella, sería su novio formal, iríamos a misa los Domingos y luego compraríamos una casa en las afueras, tendríamos hijos, les enseñaríamos que deben estudiar duro y luego esperaríamos juntos nuestra jubilación.
Menuda mierda.
Muchos días me pregunto si me aceptarían de vuelta en McDonalds.
En días como hoy, pasó mi hora de comida viendo a los cajeros, al de la freidora, a los que trapean el piso y me río de como piensan que su vida es miserable, mientras yo me como una Big Mac y cuento los minutos para regresar a la oficina de mierda. Quisiera no regresar.
Pero al final, regreso.
Siempre regreso.
Así que aquí estoy, con mis prestaciones de ley, con mi escritorio lleno de post-its llenos de pendientes, con mi computadora de la empresa, con un tupper vacio en mi escritorio, con mis vacaciones, mis días económicos, mi puta quincena y este pedazo de plástico que me da felicidad mientras me recuerda que mi culo de perra blanca le pertenece al banco.
Ya que.
Voy a invitar a salir a Claudia, la de recursos humanos. Me pregunto si le gusta el cine.

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