Llego a tu casa. Calle Regina, colonia Centro, Distrito Federal.
Vives a dos calles del Palacio Nacional y a unas cuantas cuadras de Bellas Artes, sitios que deberían homenajear tu vista y presencia cada vez que pasas por ahí. “El centro y sus encantos” así llamas a tu barrio, si fuera mi decisión serías patrimonio de la humanidad.
Estas vestida de blanco cantando el himno nacional mientras cocinas. Haces quesadillas con tortillas de maíz y el queso que te trajo la vecina de su última visita a la sierra de Chihuahua en donde pasa sus veranos mientras tú cuidas a sus gatos y los dejas pasar a tu departamento a jugar. Ellos duermen en tus piernas sintiéndose emperadores y dueños de la ciudad con el poder que les das pero ni ellos opacan tu belleza, eres un capricho al que deben cuidar.
La casa huele a salsa y la bailas cuando paras de cantar. Tu vestido blanco, ese con el que das vueltas por la ciudad, tiene vuelo y es que siempre has querido volar y disfrutar de las nubes que piensas están hechas de prosa suave y natural.
Pones el mantel que hiciste cuando eras una adolescente y eras rebelde por eso tus papás te mandaron a unas vacaciones de diciembre a la casa del pueblo que tenía vista al mar. Entonces todo era brisa, arena y sal.
Tu piel aún no tenía tinta ésta solo la conocías cuando estudiabas a los animales del océano y te enamoraste de los calamares que leíste, vivían en la profundidad. El cuidado de la familia quedaba a cargo de la abuela que te enseñó a trabajar la tela e hiciste y cociste este mantel tratando de imitar las olas y el movimiento que dan dependiendo de la fase lunar y lo picado del mar.
Reíste mientras aprendías que las puntadas no te salían tan fácil como esas que decías sin pensar. El mantel tiene caracoles y me cuentas que tienes un cajón lleno para cuando extrañas esa casa y el amor familiar, pegarlos a tu oreja e intentar oír las a cualquier nivel del mar. Me das un plato con tres quesadillas servidas, tú tienes dos y te atreves a robarme una porque se te antojó y morderte los labios mientras las veías es para mí una invitación al pecado y quiero pecar con esas mejillas sonrojadas y punteadas que quiero apretar pero no puedo porque estás comiéndote mi última quesadilla y yo aunque no pueda más, siento el picor por toda la lengua, espero se me quite con el agua de melón natural que hiciste para acompañar.
Y es que el picor de tu salsa verde, esa que agarraste del libro de recetas que tu mamá escondió, tiene jalapeños y cebollas y también cada uno de los chiles verdes que encuentras cuando vas al mercado porque cuando encontraste la receta no te aprendiste el nombre del chile que era y entonces decidiste ponerle todos para darle más color sin pensar que le estabas poniendo más picor.
Te gusta servirte un limón partido en dos en un plato con montañas de azúcar blanca para terminar y tener un postre que dure más que una paleta que chupes y la sientas artificial, a mí me gusta cuando terminas porque encuentras la tranquilidad en tu dulce con amargo para llevar a tu boca en la que se mezclan los sabores y recuerdas que tus días desde hace tiempo corren en medio del camión que tomas mientras esperas que llegue el día para volver a casa de tu abuela y tejer manteles con ella, disfrutar la arena que te encanta juegue entre los dedos de tus pies, darle formas a las nubes y encontrar un amor que dure más que todos los que has tenido y tienes todavía en la ciudad.
Te sientas junto a la ventana y el sol quema tu piel haciendo de tus hombros un reflejo tornasol dependiendo del ángulo y la velocidad en la que cambies de lado.
Eres mi diosa color dorado enmarcada por las flores que adornan toda tu casa y están posadas por todo el marco de tu ventana; tomas un clavel rojo, lo hueles y lo acomodas con todo el cuidado en su florero de barro otra vez. Tomas un cempasuchitl y lo pasas por el tatuaje de tus piernas como si recitaras un poema haciendo que su olor se impregne en tu piel.
Te observo, no quiero perderme ningún momento aunque sea tu ritual cada vez que me ves y haces que se me erice la piel. Iluminas mi mirada; eres mi cosmos del pelo a los pies. Te levantas y me lees un cuento, sabemos que te lo dedicó tu ex. Has pasado como una musa para todos los que te conocen y hacen una oración que le quede a tu ego transformándote en el amor del que hablaba Platón; la sonrisa que tienes logra alumbrar el alma compitiendo con la más bella aura que el universo ha creado en una conspiración contra ti. Terminas de leer una línea que resulta tu favorita porque describe lo locos que todos estamos por ti. Te recuestas en mis piernas y me pides que juegue con los poros de tu piel, sin que me lo pidas lo haría una eternidad o una vuelta al sol sin descansar.
Tienes el poder de convertir a mis dedos en astronautas en búsqueda de vida por cada centímetro que toco queriendo encontrar una cicatriz o un nuevo lunar. Te desesperas, no puedo ni hablar cuando te acaricio, estoy tan absorto que pareciera pueda ver los átomos que te forman. Eres mi última droga, al paso que vas me puedes matar. Quiero usarte, fumarte, inyectarte y tenerte todo el día. Te levantas y me doy cuenta de que eres real, caminas, me abres la puerta y me pides abandonar tu lugar de paz.
Quieres darte el tiempo de acabar tu flan de cajeta y adornarlo con flores de calabaza que resalten la calidez del amor con el que lo trabajas y el amarillo que te hace llorar porque recuerdas los girasoles y lo bonitos que están.
Te robo un beso de 10 segundos o más y es que tus labios son textura sabor maracuya con un poco de piquete, les pones mezcal. No me sabe pero siempre quiero más… si tan solo me pudiera quedar.
Me abrazas y me apartas, sé que tal vez esperas a algún admirador más y que ese té de Jamaica tampoco quiere esperar y quiere que ya lo pruebes y lo tomes y si te quemas, él mismo te va a curar. Te pido me des otro día más, quiero verte al dormir y al despertar. “El centro y sus encantos” es mi ciudad con sabor a tus labios maracuya y el tequila con el que quiero brindar por haberte conocido y dar gracias al cielo. Estoy encantado con tu acento, el más distintivo de esta ciudad, con tu manera de caminar, de reír y cocinar. Tú eres mi lugar de paz.
Alejandra Chi escribe cuento y poesía. Dirige el colectivo artístico mutidisciplinario Re/Verse, sus textos han sido publicados en sitios como El Fanzine, Apolorama, Wanz y La Escaleta, entre otros. Actualmente trabaja en diversos proyectos relacionados con difusión del arte independiente y escribe su primer libro.
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