La abuela está a punto de morir y yo no hago más
que bailar. Bailo sobre el tejado de donde penden en hilos negros cada una de
mis extremidades. Bailo acarreada por una fuerza que tira desde mi ombligo
hasta mi pelvis. El cuerpo ya no es mío, ha pasado a formar parte de las
constelaciones bajo los párpados de la madre de todo lo viril. Bailo, los
labios se desprenden de mí, mis ojos se vuelven libélulas, mi cabello una
enorme medusa roja. Dejo de ser yo, me convierto en una bestia emergiendo desde
la mesa de mi casa; que es el centro del mundo, que es también el centro de la
muerte. La abuela no reconoce a nadie y yo no hago más que bailar. Bailo bajo
los soles que se dibujaron en las sábanas de su cama, bailo con las hebras de
pelo que se le han ido cayendo con el solo movimiento circular del viento.
Bailo, mientras sostengo entre las piernas a la piedra pómez que poseo por
corazón. El amor es un cuervo con patas rotas, tatuado al costado izquierdo de
mi espalda. El amor no ha hecho más que llenarme de miedo, por eso lo dreno
lento y con él todo aquello que debió amarme pero no hizo más que esparcir los
restos de mí y lanzarse por la ventana, por eso amor mío, esta noche yo no hago
más que bailar.
A mi vuelta
madre ha escondido
los cadáveres en el entretecho
finjo no saber de
ellos
coloco dos algodones
con cloroformo
en mis ventanas
nasales,
tomo el café antes
de destrozarme en el suelo.
El hedor entra por
mis oídos
zumba mi cabeza.
Madre,
experta en reír
aún cuando brotan
gusanos de su sien
bebe a sorbitos
lentos el café,
tarareando la
canción
de mi descenso.
¿Cuánto tiempo
tendrá que pasar para percatarse que la niña ha muerto
y que en ese mismo
instante doce buitres se disputan sus residuos?
Madre sostiene el
vestido verde con encajes
Y baila un vals
desolador
mimando a una niña
inexistente.
Lo que ven es el
reflejo de la autodestrucción de mi carne,
la refracción de mis
huesos
en el dique de acero
de las calles
que esperan mi
retorno.
He mordido tantas
manos
hasta hacerlas
sangrar
perdiendo la cuenta
de los cortes cárnicos entre mis dientes.
No hay nada más
sublime
que el crujir de los
huesos
cayendo de bruces en
mi paladar.
Veo el nevado
servido en la mesa,
me ajusto los
lentes,
despliego mi lengua
y de un respiro
llueven rocas en mi
vientre (cuna de perros famélicos).
Insomne
nado desnuda
en el torrente
sanguíneo de esta ciudad,
aquelarre de
frustraciones y sueños embotellados.
Los perros se
devoran entre sí,
sus cadáveres
le sirven de sostén
a mi osamenta.
1.
Madre, las luces
rojas me persiguen. Yo nunca he buscado a la liebre que las enciende, pero ella
está detrás de cada poste en la calle, tirando monedas de helio al viento para
hacerme bajar la guardia. Juro que me he vendado el cráneo y he dejado de pisar
orugas policromadas pero ella está ahí y conoce cada uno de mis pasos.
2.
Madre he llorado
cada noche, a solas, de soslayo, sin dejar escapar ni un solo gemido, pero mis
lágrimas son agujas, se elevan y van directo a reventar el globo/alma de los
que habitan la casa. Te miento si digo que alguien me arrancó del árbol
genealógico, fui yo quien cortó la rama que sostenía mi pulpa aún verde, porque
supe desde que abrí los ojos que mi lugar estaba abajo, con los gusanos que
roerían lento mi cuerpo al madurar.
3.
¿Cómo no ves que la
niña se va lento por el lavabo? Corre tanto viento en mi pecho y coloco
periódicos calientes entre mi ropa. Tengo miedo del cuerpo que habito; miedo
del niño acéfalo creciendo a un costado de la abuela, miedo de las costras
acuosas en las piernas de mi padre, miedo de los cortes en el antebrazo de mi
hermana, miedo del silencio perenne de mi otra hermana. Sobre todo miedo
de perderme en este laberinto congénito succionando mi encéfalo; miedo de las
ánimas que divagan en voz alta en mi alcoba, miedo de compartir el aire con
tanto clown encapuchado, miedo de no volver a sentir el tránsito de la sangre
en mi epidermis.
4.
Por las noches mi
cuerpo se aligera y vuelo dormida, sobre la ciudad de los decapitados a quienes
les cosen los labios con arena y sal. A mí me siguen faltando las palabras, me
sigue picoteando un pájaro transparente detrás de la oreja. Quiero volver a
estrellar mi cuerpo en las rocas o lanzarme con los brazos abiertos a la vía.
Quiero ser eterna, fundir mi cuerpo con el viento.
DOS
Posé tres veces mis muslos coloidales sobre ese frio congelador,
El soundtrack festivo contrastaba con la ternura de iceberg de sus besos.
Su temor y asco eran palpables,
vomitó en mi lengua canciones con hedor a hierba buena.
Soplé la cintura de sus ojos y corté mis brazos (ríos de verbena putrefacta)
para calmar su soledad.
Sus órbitas calientes me buscan por el telón de cristal que separa la divina condición de poseedor y cliente frecuente.
Bebo todo cuanto pasa por mi cuello y cabalgo un equino de ansiedades.
Yuliana Ortiz Ruano
(Esmeraldas, Ecuador 1992) Co-fundadora del colectivo de gestión cultural independiente “Afroarte”. Participó en; Festival internacional de poesía Sumpa Vive (Salinas 2013), Primer encuentro de poesía joven Lauro Dávila Echeverria (Pasaje 2014), Bienal de poesía Museo Luis A. Novoa Naranjo (Guayaquil 2014). Consta en la antología “La muchedumbre de tu risa” de Carlos Garzón Novoa. Selecciona autores para el blog Cráneo de Pangea (https://craneodepangea.wordpress.com/).
(Esmeraldas, Ecuador 1992) Co-fundadora del colectivo de gestión cultural independiente “Afroarte”. Participó en; Festival internacional de poesía Sumpa Vive (Salinas 2013), Primer encuentro de poesía joven Lauro Dávila Echeverria (Pasaje 2014), Bienal de poesía Museo Luis A. Novoa Naranjo (Guayaquil 2014). Consta en la antología “La muchedumbre de tu risa” de Carlos Garzón Novoa. Selecciona autores para el blog Cráneo de Pangea (https://craneodepangea.wordpress.com/).
Excelente (Y)
ResponderBorrarQue viva la poesía... y también la literatura ecuatoriana :)
Saludos desde Guayaquil.
Esmeraldas es tan rico en el género literario.
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