24 de marzo de 2014

Llamadas y orgullo

Pamela salió de la cocina con pan tostado con mantequilla y un té de manzana con canela, subió el volumen de la música. La noche iba cayendo y la lámpara que estaba sobre su cabecera dejó notar los colores que la rodeaban. Su pulgar paseaba sobre el disco del teléfono, marcando el número de su querido. Era la tercera vez que ella lo llamaba, su teléfono mostraba llamadas de salida hacia él. Las demás llamadas eran de sus amigas preguntando sobre su vida.
Ella y él hace mucho tiempo que no tenían un espacio de tiempo para compartir y él no se preocupaba por eso. Ella hace tiempo atrás recibió su última llamada, su última señal voluntaria de vida.
Presionó el botón para llamar, y el tono dejó sonar su voz, la misma voz de siempre, él estaba alegre, y contagió de felicidad la cara de ella. Le preguntó cómo estaba, cómo había estado su día. Escuchó con atención cada dulce historia, comentó cada espacio de silencio e intentó hacer que su sonrisa llegara al otro lado del auricular (como queriendo hacer que su voz alcanzara a rozar sus labios a la distancia). De pronto, ella quiso que él le preguntara cómo está, que le dijera lo mucho que le había extrañado en el día, de que él la hubiera llamado a esas horas... esperó que él le dijera que es hermosa. La señal alegre y sus ansias, sin embargo, fueron destruidas con el ruido: Él se largó a reír de un no sé qué, y siguió su conversación normal, como si ella no estuviese allí: No había oído ni la mitad de lo que ella le había dicho.
Llena de orgullo, cortó. Y comenzó a pensar en su propio día, subió el volumen de la música y se puso a pensar en sus amigos... Sin embargo, de repente dejó de sentir interés por las tostadas y dejó enfriar el té. De pronto los colores de su habitación se convirtieron en un opaco claustro de ridiculez.
Ella tratando de auto-conquistarse, hacer el trabajo que él debía hacer. Su pequeño corazón no pudo ser orgulloso ni por un segundo, porque la vergüenza había apagado su día: arrojó el teléfono lejos de si, y se dio cuenta que había sido - una - tonta.

Y comenzó a llover.

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