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7 de abril de 2014

Javier

En mis planes jamás estuvo conocerla. De hecho, no tenia la intención de pasar tiempo con ella, nunca había buscado a alguien así, y francamente no pensaba encontrar a alguien de esa manera.
Cuando la vi por primera vez, ella me vio también, pero ninguno de los dos nos tomamos importancia. Uno nunca se imagina que en una fiesta se va a encontrar con la persona que estaba sentada junto a ti esperando el camión en una parada cerca de metro Constituyentes. La reconocí porque la fiesta fue ese mismo sábado, de alguna otra manera no lo hubiera hecho.
Ella subió primero, llevaba un suéter verde y en su espalda cargaba una mochila. Tardé un poco sacando las monedas atoradas entre mis audífonos y mi celular en el bolsillo de mi pantalón, ella se sentó justo al fondo junto a la ventana y eso fue todo. Me senté algunos lugares mas adelante de la puerta de descenso, no la vi bajar, ni siquiera recordaba que iba atrás. Yo también me senté junto a una ventana, iba viendo las nubes cuando mi audífono derecho dejó de sonar y me deshice de ellos enredándolos y guardándolos otra vez en la bolsa de mi pantalón. Bajé del camión y caminé unas calles hasta que llegué a casa. Como era costumbre, no había nadie; mis hermanos seguían en la escuela, papá estaba en un viaje de negocios en algún lugar de Nueva York y mamá seguramente había salido a tomar café con cualquiera de sus amigas que siempre que me veían me decían cosas cómo “Mírate, que alto estás”, “¡Que guapo te ves hoy, Javier!” y otras similares, frases prefabricadas para el hijo de alguna allegada.
Subí las escaleras, entré a mi habitación y aventé mi mochila por allí, y me aventé también, pero a la cama, boca arriba. Me puse a pensar en que hace mucho tiempo que Susana no me hablaba, habíamos sido compañeros en la escuela el año pasado y ahora me evitaba, creo que se iba a mudar a Canadá y por eso lo hacía, la ultima vez que salí con ella había sido algunos viernes atrás después de la asesoría de matemáticas. Me gustaba regresar con ella porque aunque nunca le ponía atención, a ella parecía no importarle, o mejor dicho, creo no se daba cuenta.
Vi la televisión por unos minutos y luego llegó mamá. Escuché el sonido de sus tacones aproximarse hacia la puerta, me levanté de la cama lo mas rápido que pude para tomar la mochila que estaba en el suelo y ocupar la sillita giratoria frente al escritorio. Abrió la puerta y me vio poniendo en orden las cosas dentro de ella.

—¿Ya comiste?
—Sí, ¿de dónde vienes?
—Vengo de casa de Ana, su hijo se lastimó el pie y no puede caminar, ¿qué te parece si te cuento mas tarde?
—Está bien.

Fue cerrando la puerta muy despacio, y me sonrío, le sonreí y antes de que chocara la cerradura con el marco de la puerta volví a hablar.

—Oye má.
—Dime, Javi.

Yo aborrecía que me dijera así pero nunca le decía, siempre me llamaba de esa manera, estaba acostumbrada a hacerlo.

—¿Me dejas ir a una fiesta? Por favor, ya hice mis cosas para tener libre el fin de semana.
—Por supuesto, te dejo dinero en la mesa para el taxi de regreso.
—Gracias.

Y la puerta se cerró detrás de un bostezo.
Horas mas tarde, Diego pasó por mi a casa, dentro de su camioneta ya estaban los demás. Un viernes, diecinueve años, mis amigos, una fiesta, ¿qué podía salir mal?
Nada.

O todo.

31 de marzo de 2014

Mónica

Nos quedamos de ver en la estación mas cercana del punto medio entre nuestras casas a las nueve de la mañana para ir a desayunar, no sé que pasaba por mi mente cuando la invité pero igual lo hice.
Llegué tarde pero ella ya estaba allí. Como casi siempre, con su suéter ligerito y su mochila, sus mejillas rosas. Toda despeinada. Pero sonriendo, siempre sonriendo, y con la música sonando fuerte en sus oídos. Estaba de pie, miraba hacia abajo, miraba sus zapatos y yo poco a poco me acercaba. Pensé en asustarla pero se enojaría así que caminé despacio y me posé junto a ella. 
Volteó al sentirme a su lado. Sus ojos me decían que no importaba si el mundo se acaba en dos horas porque estaba feliz de estar conmigo pero su boca me dijo hola. Le dije hola y la abracé. Nos miramos y la besé, la besé cómo si el mundo se acabara en treinta minutos y yo tuviera que hacer eso por ultima vez. Mónica separó un pie del piso, como en las películas, se que en ese momento fue feliz. Cerré los ojos después de ver los suyos cerrados, tomé su mano, ella bajo el pie y nos separamos.
En ningún momento separamos nuestras manos. Ella sonríe, sonríe, no deja de sonreír y así es como sé que me quiere.
Que lástima que yo solamente tenga una vaga idea de que es a lo que realmente aspiro.
Caminamos sin hablar hacia las escaleras para salir de allí, de entre toda esa gente y los vendedores de plumas, plumones y plumines a cinco pesos. La miro. Sí, es bonita. Mi mano suda pero no la suelto.

—¿Tienes hambre?¿Qué quieres desayunar?
—No mucha, pero vamos a desayunar lo que tú quieras, hoy haremos lo que tú decidas.
—Pues decido que – Se detuvo un momento, torció la nariz, miró hacia otro lado y volvió a mirarme — no importa lo que hagamos hoy, quiero que pasemos mucho tiempo
juntos. Vamos a comprar galletas.
—Yo estoy a tus ordenes. —Le sonreí con la mirada al frente.

Cruzamos la avenida hablando de mil cosas sin importancia, cómo a que hora debía llamarle a mamá, de un disco nuevo de nosequién, de boberías. Al llegar a la plaza, le pico el estómago y corro. Mónica corre tras de mi, tomo un carrito y me alcanza.

—Súbete. —Le digo riéndome bajito.
—No, como crees. Ni siquiera quepo.
—Si cabes, y yo te voy a empujar. Hazlo por mi.
—No Javier, no. —Tomó una cajita de leche de vainilla. —¿De cual quieres tú?
—Te digo después de que me des un beso. —Me planté de frente a ella y acomodé su cabello.— ¿Si?

Nos volvimos a besar, paseamos por el supermercado como si estuviéramos casados, como si fuéramos una familia con un par de niños lindos esperándonos en casa, pusimos mil cosas en el carrito que no íbamos a comprar y la gente nos veía.
Mónica se veía feliz.
Era feliz.
Feliz.
Muy feliz.
Y me estaba haciendo feliz verla así.
Nos formamos en la fila de cobro y jugando sacamos todo excepto las cajitas de leche. Pagamos y caminamos hasta el parque. Había una especie de torre para escalar junto a los columpios y el pasamanos, unas señoras hacían yoga y algunos jóvenes corrían. Se notaba que era sábado por la mañana.
Escalamos la torrecilla y desde allí arriba se veía todo. Nos sentamos en el suelo y nos abrazamos.
Mónica se recargó en mi pecho y tomé su mano. 

—¿En qué piensas?
—En nada, corazón. —Nunca me había dicho así y me aceleré. —Simplemente me gusta estar así contigo, aunque nunca habíamos estado así. 
—Lo sé, deberías ser mi novia, ¿sabes?

No sabía lo que estaba haciendo, estaba actuando según mis impulsos y eso me indicaba que lo estaba haciendo bien, o mal, no estaba seguro. A Mónica se le iluminaron los ojos, estaba sorprendida. 
Eso me dio algunas ideas, ahora podíamos hacer muchísimas cosas con ese titulo, pero igual trate de sacudirlas fuera de mi cabeza. 

—¿Qué? —Me miró y apretó mi manó— ¿Estás hablando en serio?
—Sí, ¿por qué habría yo de mentirte? —Aunque tampoco estaba diciendo la verdad al cien por ciento. 
—Sí. —Se volteó y volvió a sonreír. 

Nos quedamos callados por algunos minutos, ella estaba adormilada. La observaba, se veía linda, vulnerable. Pero tampoco podía seguir siendo un cabrón y hacerle daño inmediatamente. Besaba su cabeza con la esperanza de que despertara del todo me viera así. Igual de vulnerable también. 
Nos volvimos a besar, yo también empezaba a sentirme feliz, a gusto.