22 de enero de 2015

Bar, de Gerardo Lamas

Entras a la cantina, buscas a tus amigos entre el archipiélago de mesas y la sinfonía de risas, choques de copas y el ¡pum! de los corchos siendo liberados de su prisión de vidrio. Todo va bien, logras mezclarte entre la gente, nadie ha notado la batalla que libraste hace unas horas frente al espejo mientras repetías "Vamos, no pasará nada"; tus amigos se deleitan con tu presencia, la selección musical incluye muchas canciones que te gustan, las bebidas son fuertes y ansiolíticas, incluso una de las bonitas amigas de la cumpleañera ha preguntado ya varias cosas relevantes de tu vida y hasta soltó una carcajada limpia y sincera después del chiste que dudaste en contar por sus posibles resultados incómodos y catastróficos. 

Pides otra copa, ya es la cuarta ronda de bebidas pero tu moral decide darte el permiso de olvidarte de ti y de tus problemas por ser la noche en que pudiste volver al lugar donde te enamoraste de la mujer que hace unas semanas te consideró menos indispensable de lo que creías (o de lo que ella misma te dijo); levantas tu copa después del brindis de cumpleaños más conmovedor que has escuchado, tus amigos dirigen su mirada hacia ti por inercia, sonríen contigo como intentado esconder sus intenciones pero sabes que se trató de una revisión de tus emociones, quieren cerciorarse de que estás bien, que disfrutas la noche y el lugar sin que estés levantado muertos del pasado para apestarte con sus fétidos recuerdos. Levantas la mano haciendo un gesto a la mesera, ella responde con una pantomima indescifrable y se aleja, salpicando de cerveza a algunas cabezas distraidas de alrededor, decides esperar y platicar más con la curiosa amiga de tu amiga, que ahora es tu amiga, mientras la cumpleañera consume los últimos minutos de su día como celebridad en abrazos fraternales; notas que su bebida está a punto de desaparecer y la mesera aún no emerge de la cortina humana entre tu mesa y la barra. 

Te levantas, más para demostrar que ya lo superaste que para cualquier otra cosa, preguntas "¿Alguien quiere algo? voy a la barra" ante la atónita sonrisa de todos, avanzas mientras en tu memoria a corto plazo solo aparece "cuatro cervezas, dos shots de tequila", le haces el pedido al barista y te recargas en la barra de madera adornada con figuras de metal y algunos mosaicos que parecen azulejos de baño, tus dedos se sumergen en el platito de cacahuates salados como si fueran arenas movedizas y, al llevar un puñado a tu boca, identificas los primeros acordes de esa canción que tanto te gusta, que sólo es tuya y tu sonrisa ya no cabe en tu cara. Giras 180 grados y revisas todo el bar con un escrutinio hambriento por los detalles que la noche te ofrece, como si fueras el dueño, ya pasaron algunos minutos después de la medianoche, estás justo bajo el gran letrero de luces de neón y tu canción favorita está llegando a la parte melancólica que muy pocas personas logran detectar. Entonces la ves entrar. 

Justo ahí, parece que venía deprisa y se detuvo después de tres o cuatro pasos dentro de la cantina, lleva puesto un vestido blanco y se cortó el pelo a una altura aproximada a sus hombros redondos, sus pies adornados con unos tacones más altos de los que recuerdas haberle visto, mismos que la ayudan a mirar sobre la avalancha de gente que se acumula en la zona para bailar; tus pies no responden y solo logras mover el cuello para desviar la mirada, no sabes que hacer cuando el barista regresa con tu pedido y confundes los billetes, le das menos dinero del necesario y la mesera por fín aparece para detenerte hasta que logras distinguir los diferentes colores de los papeles en tu cartera. Ella ya te vio y lo sabes, intentas planear una ruta de escape que te lleve a la mesa con tus amigos pero es demasiado tarde, la ves a solo unos metros de distancia, acompañada de un hombre que no conoces; ella trae en la mano una cerveza que sabes que odia, lo que significa que él se la invitó, ella se inclina y le dice algo al oído y se dirige hacia ti mientras que tus entrañas se retuercen, triturando toda la valentía y alegría que habías almacenado ahí, la sangre que corre en tus venas aumenta de velocidad, tu corazón palpita a destiempo haciendo una extraña síncopa con el parpadeo de tus ojos, no has notado que dejaste de respirar hasta que ella está a tu lado y te pregunta "¿Cómo estás?", no logras responder algo congruente con tus sentimientos porque su perfume es una plétora de recuerdos y en ese momento la puedes ver desnuda en tus brazos, dibujando sus nombres en tu pecho mientras te pide que la acompañes a la boda de su mejor amiga, aquella que detestas por ser tan grosera con ella; puedes ver el perfecto círculo que formaban cuando la abrazabas y bebías ese mismo perfume directo de su cuello para después lavarte el sabor de tus labios con su delicada boca.

Se va, te deja otra vez como hace tan solo unas semanas, regresa a los brazos del otro y tu cuerpo ya responde a las órdenes de tu cerebro, bebes las cuatro cervezas y los dos shots de tequila que te esperaban en la barra y caminas hacia el refugio que construiste en la mesa con tus amigos. Cuando ellos te ven, lo primero que dicen es: 

"Parece que acabas de ver un fantasma." 




Gerardo Lamas, psicólogo nacido en Tlaquepaque, Jalisco, en 1983; cumple años el mismo día que Jennifer Aniston. Twittea bajo el usuario de @gEEEEEERa.

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