23 de septiembre de 2013

Timbre

Creo que ha sonado el timbre 
y tus caderas
están del otro lado
de la puerta.

Y aunque ya nunca espero
tu visita
escucho tus tacones
allá afuera.

La seda negra que te viste
existe
en mis recuerdos
y en mis fantasías.
En mis recuerdos 
de tiempos mejores,
en mi archivo de 
nuestras alegrías.

Te recuerdo
dejando
la seda
de lado,
Pero dejándote puestos
los tacones.
Y te evoco
diciendo:
"La vida es 
muy corta
para no cometer 
equivocaciones".

Escucho tus tacones
en la puerta,
aunque ya nunca espero 
tu visita.
Creo que ha sonado el timbre, 
pero afuera
no están más que mis ansias
de tenerte.

17 de septiembre de 2013

Risa Nerviosa.

Tengo una hora sentado en esta banqueta.
Llueve. Y ya estaba lloviendo cuando llegué.
Hace frío y tengo hambre.
Cosas que a nadie le importan. 
Siempre son cosas que a nadie le importan.
Por eso no hablo mucho.
Nunca sé bien qué decir y todo el tiempo estoy nervioso.
Todo el tiempo hay personas que hacen que me sienta mal por eso, no es que se lo propongan, o quizás sí se lo proponen, pero trato de no preocuparme. A veces conozco gente que hace que todo sea más sencillo, más llevadero, más agradable. Personas que llegan de la nada cuando me ven en un rincón o sentado solo en una mesa y tratan de hablarme, pero siempre estoy nervioso y nunca sé qué decir. 
La última que lo hizo fue una chica.
 Una chica muy bonita.
Ojos grandes, labios pintados, piernas largas y linda sonrisa.
Llegó y me habló.
Yo quería hablarle, pero no supe qué decir.
Después me dijo que le gustó como tartamudeaba de nervios la primera vez que me habló.
Que le fascina que hable bajito y que me de pena ordenar una hamburguesa en la cafetería de la escuela.
Que le da ternura mi pánico de preguntar por una dirección y que prefiera perderme hasta que encuentro el lugar.
Que le gusta como se me pierde la mirada y no puedo verla a la cara cuando hablo con ella.
De repente, ya no me sentía mal por eso.
A ella no pareció molestarle que no supiera hablar con las personas, que no supiera cómo pedir permiso para bajarme del autobús, que no pudiera dejar de estar nervioso. 
"Me gustas porque hay cosas en tí que nadie más ve".
No le molesta que le hable de la música que me gusta y le gusta que compartamos mis audífonos y que me guste hacer origami.
A ella le importan mis cosas.
A ella le gusta salir conmigo.
Un día me besó y me dijo que yo la hacía feliz. 
La miré con los ojos vidriosos y mi risa nerviosa.
Yo también era feliz.
Me besó y yo era la persona más feliz del mundo.
Me dijo que yo era su persona y que era muy especial.
Yo le hice una gruya de papel.
Eso era divertido.
Era divertido estar con alguien y no sentirme nervioso con ella, aunque me sintiera así con el resto de la gente.
Era divertido cuando tomaba mi mano y corríamos por las fuentes danzantes del centro. 
Era divertido cuando nos metíamos empapados a un Starbucks y yo no quería pedir nada, ni decirle mi nombre al cajero.
Era divertido ser tan indeciso y no saber qué pedir, era divertido que ella simulara ver al reloj y taconear mientras esperaba que decidiera.
De pronto, eso era divertido y no malo.
Nos reíamos. Juntos.
Era divertido ir a algún lugar y susurrarle al oído qué iba a pedir.
Era divertido cuando íbamos a McDonalds y ella ordenaba la comida y yo cargaba la charola y se me caían las cosas cuando me preguntaban si quería más sobres de catsup y ella me decía que no importaba, y nos reíamos, ella con su risa sincera y yo con mi risa nerviosa.
Eso era divertido.
Era.
Un día pareció perder la sonrisa franca.
Un día pareció que ya no era divertido. 
Un día sus ojos empezaron a perderse cuando le hablaba.
Un día dejó de reirse conmigo.
Un día dejé de ser especial.
"Siempre hablas tan quedito...Quiero que hables más. Quiero que dejes de temblar. Ya no tires las cosas. Ya no puedes ser así. Quiero que cambies. ¿Que no puedes hablar de corrido? ¿Porqué nunca puedes decidir a dónde vamos? Es el metro, no te va a pasar nada. La gente no te va a comer, carajo... Esto no va a funcionar. Tu nunca me defenderías. No me siento segura contigo. Me da pena que te vean así. No me siento bien. Me da pena que nos vean. Me siento incómoda. Me da pena que me vean contigo. Yo ya no puedo".
Ya no soy especial y estoy sentado en la banqueta.
Llueve y ya estaba lloviendo cuando llegué a sentarme en la banqueta de enfrente de su casa, estaba lloviendo cuando la vi llegar con un tipo que parece que nacio con la sonrisa puesta y ese porte de ser dueño del mundo y debe ser dueño del mundo porque le devolvió la risa sincera y los ojos brillantes que no me vieron porque me escondí detrás de un carro cuando los vi llegar.
Pero es que yo soy así.
Yo no tengo la culpa de no poder acercarme a decirle que todavía la quiero, no tengo la culpa de que ahora me de miedo hablarle, como a todo el mundo ni tengo la culpa de temblar de miedo y no de frío, de saber que seguro voy a tartamudear si me acerco y le digo que la quiero y que yo no tengo la culpa de nada.
Y como no tengo la culpa, sólo miro cómo me tiemblan las manos y me río con mi risa nerviosa, la única risa que tengo.
Me lloran los ojos y me río más.
Yo no tengo la culpa. 
Hace frío y tengo hambre.

9 de septiembre de 2013

Melissa

Estoy lejos de casa.
Me calzo los audifonos y tomo el autobús amarillo que pasa por La Gran Avenida.
Quede de verme con Melissa a las tres y ya son las tres y cinco.
Que espere. 
Me espera en su casa, de cualquier modo.
A Melissa no le gusta salir, no le gusta la gente, no le gusta la comida de la calle. A Melissa no le gusta nada. A veces nadie.
Vivimos a unas cuantas calles de distancia, en la misma colonia. Ella vive detras de la pizzería azul que está en la esquina de La Calzada y La Gran Avenida. Quizá por eso me gusta tanto ir a su casa.
A ella sólo le gusta tener a alguien con quien hablar, supongo. Por eso me invita a comer. 
Dos o tres veces por semana.
Comer, ver una película.
Cosas que se siente de la chingada hacer sólo.
Su familia es de esas que no parece una familia. Todos viven en la misma casa, pero la casa es lo bastante grande como para que cada quien viva por su lado, sin tener que hablar con los demás. 
A mi me gusta que su pieza es fría, oscura, sombría. Es la parte de la casa donde vivía su abuelo, y ahora es donde ella vive. Tiene su propio refrigerador, estufa, baño, sala y cama. Siempre tiene las luces apagadas, incluso de noche. La única luz es la que viene de las ventanas, la televisión y la computadora. No sé porqué, pero me gusta.
Me gusta el mundo de Melissa.
Si tuviera novia, seguro tendría celos de Melissa.
De Melissa, su cabello largo, su nariz afilada, sus piernas largas y sus faldas tableadas.
-Tardaste mucho.
-Había tráfico.
-Vives a seis calles de aquí.
-Estaba lejos.
-¿Dónde estabas?
-¿Que a tí no te han dicho que las faldas tableadas las dejas de usar cuando sales de la secundaria?
Se ríe.
Me invita a pasar y veo que tiene la mesa puesta. 
Los platos blancos, inmaculados. 
Los vasos verdes que traen grabado el logo de Coca-Cola. 
Los cubiertos.
El menú prefabricado: Macarron con queso de cajita, carne asada del súper, puré de papa (de cajita) y tang de jamaica.
Melissa es el orgullo de Kraft Foods.
-Pensé que ya no venías. 
-Siempre vengo, Meli. Ya sabes.
Sirve los macarrones y el agua. 
Empezamos a comer.
Veo su cajetilla de Benson junto a la estufa.
-¿Fumaste?
-Me fumé uno o dos hace rato. Mientras esperaba.
-Esa mierda te va a matar, Meli.
-¿Esperarte?
-El cigarro.
-Todos nos vamos a morir.
-No de cáncer.
-No todos los fumadores se mueren de cáncer. Podrías salir a La Calzada, cruzar y morir arrollado por un camión.
-Si, pero no es lo mismo. No tiene nada que ver.
-Las estadísticas dicen que es más probable que mueras yendo a comprar la lotería a que te ganes el premio.
-¿Qué tiene que ver?
-Que nos podemos morir de lo que sea, cómo sea, en cualquier momento. Todo el mundo debería darse gusto, ¿No?
-¿Cambiamos el tema? - Me jode que Melissa tenga razón.
-Bueno: ¿Dónde andabas?
Me río.
-Pareces novia celosa.
-¿Y eso te da risa?
-Un poco, sí.
-Ja, ja, ja - ironizó -Soy lo más parecido que tienes a una novia, listo.
Me corta la risa de golpe y vuelvo mi atención hacia los macarrones. 
Sirve la carne y el puré. 
Charla de relleno.
Hace frío. Qué bonito el mantel. Está bueno el puré. La carne me gusta más quemada.
Esas mierdas que uno dice cuando no quiere personalizar de más la conversación. O cuando sabe que la otra persona tiene la razón.
Lo bueno de Melissa es que nunca presiona. Entiende cuando alguien no quiere hablar de algo y lo deja  a uno hablar de pendejadas.
¿Hay más puré? No quiero ver otra película de Kurosawa. Hace frío. Creo que va a llover.
Pendejadas de relleno.
-¿Quieres postre?
-No, no me siento bien.
-¿Cuando fue la última vez que alguien que no fuera yo te hizo sentir bien?
No le contesto. Sé que podría discutir con ella acerca de cómo desvió la conversación y todo eso, pero no le veo caso y no tengo ganas.
Además, tiene un punto.
-No sé, Meli. 
-¿No sabes o no te acuerdas?
-...
-Yo tampoco me acuerdo cuando fue la última vez que alguien me hizo sentir como me siento contigo. No soy la mujer de tus sueños ni tu eres el hombre de mi vida, pero es lo que hay y tendríamos que irlo aceptando, ¿no?
Lo dice como si fuera algo que sabe desde hace mucho, como si fuera una verdad universal, como si fuera lo más obvio del mundo.
No sé qué decir. Nunca sé qué decir. 
-¿Qué quieres, Melissa? ¿Tener una relación?
-No. Dije que nos la pasamos bien juntos y eso está bien.  Tener una relación es justo lo contrario.
-No te entiendo...
-No me entiendas, tampoco quiero eso. Vamos a ver una película.
Hace palomitas en el microondas.
Nos sentamos en el sofá a ver 300.
Sube las piernas al sillón y recarga la cabeza en mi pecho. 
Nos abrazamos.
Me jode que Melissa tenga razón.


De la serie "La Gran Avenida".

Raúl

Hace no muchos años atrás, Raúl paseaba por un camellón adornado de árboles que se mecían por la fuerza del aire que traía Octubre. No tenía muchas ganas de regresar a casa entonces decidió sentarse por allí, encontrar una banca para ver un rato a la poca gente que había caminar algo apresurada y a los automóviles que pasaban del otro lado de la avenida. Ese Octubre no prometía mucho para él, para nadie. 
La mayoría de lamparas estaban descompuestas y las pocas que estaban encendidas emitían una luz demasiado tenue, una luz que no era suficiente para sentirse seguro en la obscuridad; pero eso no importó, hace mucho tiempo no salía a sentirse tranquilo, soplaba hacia arriba y el cabello que caía sobre su frente se movía, cosa que le divertía muchísimo. 
Se levantó, se subió a su bicicleta y pedaleó. Faltaban muy pocas calles para llegar a casa, también faltaban muy pocos días para su cumpleaños numero dieciséis. 
Aumentó su velocidad. Pensó que tal vez en casa estarían preocupados si no llegaba a tiempo para la cena. Igual antes de llegar la disminuyó un poco, porque se le acabaría su tranquilidad. 
Se quedó afuera unos minutos mientras le ponía la cadena a su vehículo. Solo había una luz encendida, entró creyendo que habían olvidado apagarla. Al cruzar la puerta escucho a alguien gritar su nombre seguido de un “¿eres tú, ya llegaste?”, se percató de que era su hermana en la sala leyendo sentada en un sofá un poco desgastado y manchado de todas las bebidas que habían derramado en el desde hace varios años, como colección. Ximena se levantó y camino hacia la cocina, olía a lasaña, su comida favorita de Raúl. Él la siguió, caminó hacia ella y la abrazó mientras ella bajaba los vasos de una pequeña repisa. Se dirigió al baño para lavarse las manos, escuchó a su hermana preguntarle cómo le había ido, y él contestó después de cerrar la llave que bien. Ximena encendió la televisión y puso el canal de deportes como indicación de que la hora de cenar había llegado. Raúl escuchó cómo ponía la mesa y recordó que tan hambriento se encontraba. Agradeció mentalmente a un Dios en el que no creía pero su mamá le había obligado a rezar que su hermana resultara tan buena cocinera después de todas las rutinas de ensayo y error. 
Se sentó y una Ximena sonriente le sirvió una gran porción en su plato. Ambos comieron en silencio viendo el resumen del partido de basketball. Terminó y dejo a su hermana sola en el comedor, llevo su plato a la cocina y lo enjuago, dejándolo allí para que ella lo lavara, a él le tocaría lavar todos los trastos al día siguiente. Salió de la cocina, pasó por el comedor y observó a su hermana ahora hablando por teléfono, subió las escaleras y caminó hacia la habitación mas silenciosa y obscura de la casa: la suya. Antes de entrar se quitó los zapatos, abrió la puerta muy sigilosamente, entró y la cerró despacio también. 
Con la luz apagada fue a recostarse en su cama, miraba el techo sin saber bien que hacer, permaneció inmóvil un buen rato con la mente en blanco y sin proponérselo, comenzó a recordar. Raúl había crecido con la idea de que llorar era malo, que los hombres no debían hacerlo, y esa era precisamente la razón por la que sentía que se traicionaba a sí mismo derramando un par de lágrimas en silencio. Le habría gustado escuchar alguna vez una historia en la que alguien permaneciera eternos minutos mirándolo dormir, habría sentido paz al saber que había alguien escapaba temprano de cualquier otro lado para alcanzarlo despierto y darle las buenas noches. 
No se molestó en enjugar sus propias lágrimas pero detuvo su sollozo, estaba seguro de que si continuaba Ximena tocaría a su puerta y sin preguntar, entraría. 
Con los ojos empañados miró todo lo que tenía a su alrededor y dejó de sentirse sólo. 

2 de septiembre de 2013

Sobre extrañar

Te extraño de noche
con la luz apagada.
Te extraño en la parada
del autobús.
Extraño tu luz
y tu risa liviana,
las historias que hilvanas
y verte a trasluz.
Extraño las cosas 
que nunca me dices.
Extraño tu humor 
y sus treinta matices.
Extraño tus manos,
tu esencia y tu piel, 
tus sueños, tu alma, 
tu forma de ser.