9 de septiembre de 2013

Raúl

Hace no muchos años atrás, Raúl paseaba por un camellón adornado de árboles que se mecían por la fuerza del aire que traía Octubre. No tenía muchas ganas de regresar a casa entonces decidió sentarse por allí, encontrar una banca para ver un rato a la poca gente que había caminar algo apresurada y a los automóviles que pasaban del otro lado de la avenida. Ese Octubre no prometía mucho para él, para nadie. 
La mayoría de lamparas estaban descompuestas y las pocas que estaban encendidas emitían una luz demasiado tenue, una luz que no era suficiente para sentirse seguro en la obscuridad; pero eso no importó, hace mucho tiempo no salía a sentirse tranquilo, soplaba hacia arriba y el cabello que caía sobre su frente se movía, cosa que le divertía muchísimo. 
Se levantó, se subió a su bicicleta y pedaleó. Faltaban muy pocas calles para llegar a casa, también faltaban muy pocos días para su cumpleaños numero dieciséis. 
Aumentó su velocidad. Pensó que tal vez en casa estarían preocupados si no llegaba a tiempo para la cena. Igual antes de llegar la disminuyó un poco, porque se le acabaría su tranquilidad. 
Se quedó afuera unos minutos mientras le ponía la cadena a su vehículo. Solo había una luz encendida, entró creyendo que habían olvidado apagarla. Al cruzar la puerta escucho a alguien gritar su nombre seguido de un “¿eres tú, ya llegaste?”, se percató de que era su hermana en la sala leyendo sentada en un sofá un poco desgastado y manchado de todas las bebidas que habían derramado en el desde hace varios años, como colección. Ximena se levantó y camino hacia la cocina, olía a lasaña, su comida favorita de Raúl. Él la siguió, caminó hacia ella y la abrazó mientras ella bajaba los vasos de una pequeña repisa. Se dirigió al baño para lavarse las manos, escuchó a su hermana preguntarle cómo le había ido, y él contestó después de cerrar la llave que bien. Ximena encendió la televisión y puso el canal de deportes como indicación de que la hora de cenar había llegado. Raúl escuchó cómo ponía la mesa y recordó que tan hambriento se encontraba. Agradeció mentalmente a un Dios en el que no creía pero su mamá le había obligado a rezar que su hermana resultara tan buena cocinera después de todas las rutinas de ensayo y error. 
Se sentó y una Ximena sonriente le sirvió una gran porción en su plato. Ambos comieron en silencio viendo el resumen del partido de basketball. Terminó y dejo a su hermana sola en el comedor, llevo su plato a la cocina y lo enjuago, dejándolo allí para que ella lo lavara, a él le tocaría lavar todos los trastos al día siguiente. Salió de la cocina, pasó por el comedor y observó a su hermana ahora hablando por teléfono, subió las escaleras y caminó hacia la habitación mas silenciosa y obscura de la casa: la suya. Antes de entrar se quitó los zapatos, abrió la puerta muy sigilosamente, entró y la cerró despacio también. 
Con la luz apagada fue a recostarse en su cama, miraba el techo sin saber bien que hacer, permaneció inmóvil un buen rato con la mente en blanco y sin proponérselo, comenzó a recordar. Raúl había crecido con la idea de que llorar era malo, que los hombres no debían hacerlo, y esa era precisamente la razón por la que sentía que se traicionaba a sí mismo derramando un par de lágrimas en silencio. Le habría gustado escuchar alguna vez una historia en la que alguien permaneciera eternos minutos mirándolo dormir, habría sentido paz al saber que había alguien escapaba temprano de cualquier otro lado para alcanzarlo despierto y darle las buenas noches. 
No se molestó en enjugar sus propias lágrimas pero detuvo su sollozo, estaba seguro de que si continuaba Ximena tocaría a su puerta y sin preguntar, entraría. 
Con los ojos empañados miró todo lo que tenía a su alrededor y dejó de sentirse sólo. 

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