En mis planes jamás estuvo conocerla. De hecho, no tenia la intención de
pasar tiempo con ella, nunca había buscado a alguien así, y francamente no
pensaba encontrar a alguien de esa manera.
Cuando la vi por primera vez, ella me vio también, pero ninguno de los
dos nos tomamos importancia. Uno nunca se imagina que en una fiesta se va a
encontrar con la persona que estaba sentada junto a ti esperando el camión en una
parada cerca de metro Constituyentes. La reconocí porque la fiesta fue ese
mismo sábado, de alguna otra manera no lo hubiera hecho.
Ella subió primero, llevaba un suéter verde y en su espalda cargaba una
mochila. Tardé un poco sacando las monedas atoradas entre mis audífonos y mi
celular en el bolsillo de mi pantalón, ella se sentó justo al fondo junto a la
ventana y eso fue todo. Me senté algunos lugares mas adelante de la puerta de
descenso, no la vi bajar, ni siquiera recordaba que iba atrás. Yo también me
senté junto a una ventana, iba viendo las nubes cuando mi audífono derecho dejó
de sonar y me deshice de ellos enredándolos y guardándolos otra vez en la bolsa
de mi pantalón. Bajé del camión y caminé unas calles hasta que llegué a casa.
Como era costumbre, no había nadie; mis hermanos seguían en la escuela, papá
estaba en un viaje de negocios en algún lugar de Nueva York y mamá seguramente
había salido a tomar café con cualquiera de sus amigas que siempre que me veían
me decían cosas cómo “Mírate, que alto estás”, “¡Que guapo te ves hoy, Javier!”
y otras similares, frases prefabricadas para el hijo de alguna allegada.
Subí las escaleras, entré a mi habitación y aventé mi mochila por allí,
y me aventé también, pero a la cama, boca arriba. Me puse a pensar en que hace
mucho tiempo que Susana no me hablaba, habíamos sido compañeros en la escuela el
año pasado y ahora me evitaba, creo que se iba a mudar a Canadá y por eso lo
hacía, la ultima vez que salí con ella había sido algunos viernes atrás después
de la asesoría de matemáticas. Me gustaba regresar con ella porque aunque nunca
le ponía atención, a ella parecía no importarle, o mejor dicho, creo no se daba
cuenta.
Vi la televisión por unos minutos y luego llegó mamá. Escuché el sonido
de sus tacones aproximarse hacia la puerta, me levanté de la cama lo mas rápido
que pude para tomar la mochila que estaba en el suelo y ocupar la sillita
giratoria frente al escritorio. Abrió la puerta y me vio poniendo en orden las
cosas dentro de ella.
—¿Ya comiste?
—Sí, ¿de dónde vienes?
—Vengo de casa de Ana, su hijo se lastimó el pie y no puede caminar,
¿qué te parece si te cuento mas tarde?
—Está bien.
Fue cerrando la puerta muy despacio, y me sonrío, le sonreí y antes de
que chocara la cerradura con el marco de la puerta volví a hablar.
—Oye má.
—Dime, Javi.
Yo aborrecía que me dijera así pero nunca le decía, siempre me llamaba
de esa manera, estaba acostumbrada a hacerlo.
—¿Me dejas ir a una fiesta? Por favor, ya hice mis cosas para tener
libre el fin de semana.
—Por supuesto, te dejo dinero en la mesa para el taxi de regreso.
—Gracias.
Y la puerta se cerró detrás de un bostezo.
Horas mas tarde, Diego pasó por mi a casa, dentro de su camioneta ya
estaban los demás. Un viernes, diecinueve años, mis amigos, una fiesta, ¿qué
podía salir mal?
Nada.
O todo.
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