31 de marzo de 2014

Mónica

Nos quedamos de ver en la estación mas cercana del punto medio entre nuestras casas a las nueve de la mañana para ir a desayunar, no sé que pasaba por mi mente cuando la invité pero igual lo hice.
Llegué tarde pero ella ya estaba allí. Como casi siempre, con su suéter ligerito y su mochila, sus mejillas rosas. Toda despeinada. Pero sonriendo, siempre sonriendo, y con la música sonando fuerte en sus oídos. Estaba de pie, miraba hacia abajo, miraba sus zapatos y yo poco a poco me acercaba. Pensé en asustarla pero se enojaría así que caminé despacio y me posé junto a ella. 
Volteó al sentirme a su lado. Sus ojos me decían que no importaba si el mundo se acaba en dos horas porque estaba feliz de estar conmigo pero su boca me dijo hola. Le dije hola y la abracé. Nos miramos y la besé, la besé cómo si el mundo se acabara en treinta minutos y yo tuviera que hacer eso por ultima vez. Mónica separó un pie del piso, como en las películas, se que en ese momento fue feliz. Cerré los ojos después de ver los suyos cerrados, tomé su mano, ella bajo el pie y nos separamos.
En ningún momento separamos nuestras manos. Ella sonríe, sonríe, no deja de sonreír y así es como sé que me quiere.
Que lástima que yo solamente tenga una vaga idea de que es a lo que realmente aspiro.
Caminamos sin hablar hacia las escaleras para salir de allí, de entre toda esa gente y los vendedores de plumas, plumones y plumines a cinco pesos. La miro. Sí, es bonita. Mi mano suda pero no la suelto.

—¿Tienes hambre?¿Qué quieres desayunar?
—No mucha, pero vamos a desayunar lo que tú quieras, hoy haremos lo que tú decidas.
—Pues decido que – Se detuvo un momento, torció la nariz, miró hacia otro lado y volvió a mirarme — no importa lo que hagamos hoy, quiero que pasemos mucho tiempo
juntos. Vamos a comprar galletas.
—Yo estoy a tus ordenes. —Le sonreí con la mirada al frente.

Cruzamos la avenida hablando de mil cosas sin importancia, cómo a que hora debía llamarle a mamá, de un disco nuevo de nosequién, de boberías. Al llegar a la plaza, le pico el estómago y corro. Mónica corre tras de mi, tomo un carrito y me alcanza.

—Súbete. —Le digo riéndome bajito.
—No, como crees. Ni siquiera quepo.
—Si cabes, y yo te voy a empujar. Hazlo por mi.
—No Javier, no. —Tomó una cajita de leche de vainilla. —¿De cual quieres tú?
—Te digo después de que me des un beso. —Me planté de frente a ella y acomodé su cabello.— ¿Si?

Nos volvimos a besar, paseamos por el supermercado como si estuviéramos casados, como si fuéramos una familia con un par de niños lindos esperándonos en casa, pusimos mil cosas en el carrito que no íbamos a comprar y la gente nos veía.
Mónica se veía feliz.
Era feliz.
Feliz.
Muy feliz.
Y me estaba haciendo feliz verla así.
Nos formamos en la fila de cobro y jugando sacamos todo excepto las cajitas de leche. Pagamos y caminamos hasta el parque. Había una especie de torre para escalar junto a los columpios y el pasamanos, unas señoras hacían yoga y algunos jóvenes corrían. Se notaba que era sábado por la mañana.
Escalamos la torrecilla y desde allí arriba se veía todo. Nos sentamos en el suelo y nos abrazamos.
Mónica se recargó en mi pecho y tomé su mano. 

—¿En qué piensas?
—En nada, corazón. —Nunca me había dicho así y me aceleré. —Simplemente me gusta estar así contigo, aunque nunca habíamos estado así. 
—Lo sé, deberías ser mi novia, ¿sabes?

No sabía lo que estaba haciendo, estaba actuando según mis impulsos y eso me indicaba que lo estaba haciendo bien, o mal, no estaba seguro. A Mónica se le iluminaron los ojos, estaba sorprendida. 
Eso me dio algunas ideas, ahora podíamos hacer muchísimas cosas con ese titulo, pero igual trate de sacudirlas fuera de mi cabeza. 

—¿Qué? —Me miró y apretó mi manó— ¿Estás hablando en serio?
—Sí, ¿por qué habría yo de mentirte? —Aunque tampoco estaba diciendo la verdad al cien por ciento. 
—Sí. —Se volteó y volvió a sonreír. 

Nos quedamos callados por algunos minutos, ella estaba adormilada. La observaba, se veía linda, vulnerable. Pero tampoco podía seguir siendo un cabrón y hacerle daño inmediatamente. Besaba su cabeza con la esperanza de que despertara del todo me viera así. Igual de vulnerable también. 
Nos volvimos a besar, yo también empezaba a sentirme feliz, a gusto. 

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